Viaje a Toubkal

10-14 de Junio de 2009

Comentado por Diego

'Andarina se Internacionaliza'

Amig@s, definitivamente nuestra peña va cubriendo metas, poco a poco, pero sin pausa. Este es el primer año que nos proponíamos acometer una empresa de semejante calibre, la ascensión al Toubkal (4.167 mts), y se ha conseguido con nota. El viaje ha estado muy bien planificado y coordinado por nuestras compañeras Carmen y Lydia, que con la inestimable ayuda de una agencia de viajes de su confianza, nos han proporcionado una aventura realmente inolvidable.

De entre todos los que en un principio mostraron su interés por esta expedición, al final, por unos u otros motivos, tan sólo trece personas nos hemos embarcado en esta travesía, que sinceramente os recomiendo si hay ocasión de repetir.

(Linda,Andres,Diego,Elena,Manu,Elena,Maria,Miguel,Conchi,Jose,Paco,Lidia,Carmen)

Citando a Ryszard Kapúscinski en su gran obra sobre África, “Ébano”, “…tiempo ha, cuando los hombres atravesaban el mundo a pie o a caballo o en naves, el viaje los iba acostumbrando a los cambios. Las imágenes de la tierra se desplazaban despacio ante sus ojos, el escenario del mundo apenas giraba…”¡Hoy no queda nada de aquellas gradaciones! El avión nos arrebata violentamente…” de nuestro mundo para lanzarnos, el mismo día, en el intervalo de unas pocas horas, a otras latitudes donde la vida discurre de manera bien distinta.


Aparte del Toubkal, este viaje tenía, al menos para mí, otro gran aliciente, conocer la ciudad roja: Marrakesh. A medida que nuestro avión va aproximándose a tierra, la retícula que se ofrece a nuestra mirada es la de una ciudad eminentemente agrícola, con multitud de plantaciones perfectamente ordenadas, de los más diversos cultivos. El gran Atlas, con sus altas cumbres, proporciona los aportes de agua necesarios para atender este gran vergel.

Las edificaciones se distribuyen con bastante menor profusión que en nuestras latitudes, aunque también se pueden apreciar grupos de edificios aquí y allá, con su correspondiente red viaria, que va cuadriculando el paisaje visto desde el cielo.

Cuando tomamos tierra, la temperatura supera los 40º, corre un fuerte viento que mantiene en suspensión el polvo rojo procedente de estas tierras. El horizonte aparece difuminado, y nuestras montañas se dejan intuir a lo lejos.

Al abandonar la aduana nos espera un conductor con un cartelito que pone “treking Marrakesh”. Nos dirigimos al estacionamiento donde nos espera una furgoneta en cuya baca va disponiendo nuestro equipaje. Brahim, nuestro guía, no ha podido venir a recibirnos, pero se mantiene en constante contacto telefónico con nuestro conductor, el cual no tiene muy claro a qué hotel nos dirigimos. Se trata del Ryad Mogador, el problema es que, según nos comentan, hay nueve hoteles con ese nombre en todo Marrakesh. Después de un primer intento fallido, damos con el nuestro, donde ya nos espera Brahim, un bereber menudo, enjunto y de mirada avispada que nos recibe con afabilidad. Ya algo tarde y cansados del viaje, decidimos no salir esa noche. Cenamos, sin cerveza, por supuesto, y a la cama. Al día siguiente hay que madrugar.


Tras dejar en el hotel el equipaje que no nos hará falta en nuestra travesía, cogemos nuestras mochilas y a la baca. Ya acomodados en la furgoneta, encargamos a varios vigías para que dieran la alarma si se caía algún bulto, ya que el único mecanismo de seguridad que sujetaba nuestro equipaje era la propia fuerza de la gravedad, y para nosotros venidos de un país europeo donde reina la hiperseguridad y la hiperregulación normativa, tanto en lo que a circulación se refiere, como en otras áreas de nuestra cotidianidad, la verdad, no nos parecía bastante.

Se confirman mis primeras impresiones en cuanto al paisaje urbano que tuvimos ocasión de apreciar la jornada anterior. Enormes espacios desolados envuelven a los núcleos más populosos, donde bulle la vida de forma aparentemente anodina. Nos dirigimos a Imlil, pueblo montañero que constituye la principal puerta de acceso, para todos aquellos, que como nosotros, pretenden hollar la cima del Toubkal (viene a ser el Trevelez marroquí, para que os hagáis una idea). Aquí comenzaremos a andar, no sin antes tomarnos un té calentito y dejarnos encantar por el ajetreo de la zona. Hay un trasiego considerable de animales de herradura, turistas que también van de excursión, lugareños y comerciantes locales que enseguida traban conversación para tratar de mostrar su mercancía.

Algunos de nosotros adquieren una especie de pañuelos típicos de la zona, con los que el pueblo bereber realiza sus tocados, a modo de turbantes, predomina el azul añil intenso, y más tarde llegamos a averiguar por qué hay gentes de raza bereber que son conocidas como el pueblo de tez azul, creo que habitan al sur del Alto Atlas. Cuando estos pañuelos destiñen, por la lluvia o el propio sudor, dejan el rostro de un azulado que da grima. Si no que se lo digan a nuestro amigo José Luis, que después de la tremenda lluvia que nos cayó llegando al refugio de Neltner, acabó con la cara completamente azulada, creyendo al verlo de esta manera que estaba al borde de una apoplejía severa.


Entre los animales de herradura que he mencionado anteriormente se encontraban las mulas que habían de transportar el grueso de nuestro equipaje, lo apropiado para sobrevivir dos días de montaña y poder hacer alguna que otra muda. Con el afán de descargarnos de cuanto más peso mejor, no previmos la posible necesidad de contar con ropa de abrigo a mano y el chubasquero de rigor. Eso estuvo a punto de dar al traste con nuestra expedición, como os relataré más adelante. El caso es que cargadas nuestras mochilas en sus serones, y habiéndonos quedado con lo imprescindible para continuar el camino, pusimos rumbo al refugio, separándonos de las mulas, que van por otro sitio.


El primer tramo a la salida de Imlil transcurre por un nogueral, cuya sombra nos brindó protección durante un buen trecho. Luego atravesaríamos una gran rambla, por donde discurren las aguas procedentes del Toubkal, y donde los buenos oficios de nuestro guía nos proporcionarán una buena partida de dulces cerezas que nos entretendremos en deshuesar a medida que vamos caminando. La zona está cuajada de cerezos y otros cultivos que proporcionan sustento a los habitantes del lugar.

Una vez cruzada la rambla, comenzamos a ascender, en el caminos nos encontramos con otras expediciones ya de vuelta, hay muchos españoles, sobre todo gente de Madrid, parece que allí también hay puente, y más de uno ha aprovechado para darse una escapadita. Nos dirigimos al santuario de Sidi Chamharouch (2310m.), un énclave con cuatro casas mal contadas y un chiringuito donde degustaremos un magnífico zumo de naranja y donde nuestros cocineros nos proporcionarán la primera muestra de sus habilidades, siempre bien especiadas, y regadas con abundante té . Después de la comida, proseguimos con nuestra ruta. Algo de calor, pero con cielo cubierto, el grupo marcha compacto y a buen ritmo. Nos adentramos en un amplio valle, Valle de Mizane, por una de cuyas laderas perseguimos un camino serpenteante que nos habrá de llevar a nuestro destino. Al fondo, cumbres de proporciones titánicas nos contemplan impasibles.


Mientras nos vamos cruzando con multitud de expediciones, el cielo nos pone sobre aviso de la que se nos avecina, caen algunas gotas, se oyen algunos truenos, primeras bolitas de granizo…
En fin, todavía nos cabe la esperanza de escaparnos del aguacero. A medida que vamos avanzando, las precipitaciones se suceden cada vez con menor intervalo. A unos cuarenta minutos del refugio, a un paso ya bastante acelerado, las nubes descargan su aguacero con toda rotundidad, el camino se convierte en un arroyuelo donde mana agua sin cesar, y nos vamos empapando sin chubasquero al que echar mano. Éste viene bien guardadito en las mochilas que traen las mulas, que vete tú a saber por dónde andan. El hecho de estar empapados, junto con el viento que va arreciando y la considerable bajada de las temperaturas, pues ya debemos estar por encima de los tres mil metros, hacen que la sensación térmica sea de menos algunos grados. Ante la disyuntiva de morir de hipotermia o seguir avanzando, aceleramos nuestro caminar con la esperanza de alcanzar pronto el refugio.

Como el náufrago que avistando tierra al borde del desfallecimiento, ve renovadas sus fuerzas para tratar de alcanzar la orilla, cuando vislumbramos el refugio, casi echamos a correr con objeto de guarecernos y entrar un poco en calor. Lydia, Manu y yo llegamos los primeros, a pocos pasos llega Elena (mi titi-consorte). Cuando entramos al refugio nos enteramos que dentro del complejo de edificaciones en que nos hallamos hay dos refugios independientes, y que el nuestro era el de más arriba. Tal y como íbamos de empapados, los mismo nos daba gota más, gota menos, tiramos para arriba y tratamos de buscar alguna fuente de calor que hiciera llegar la sangre a nuestras extremidades superiores, completamente ateridas. Al poco comienzan a llegar el resto de los expedicionarios, Linda, una chica de origen belga, amiga de Migue, viene francamente mal, al día siguiente no nos acompañará a la cima del Toubkal, optando por quedarse en el refugio y recuperarse del enfriamiento.

Al poco de llegar nosotros, llegan nuestras mochilas, Brahim ha tenido que pedir a los muleros que aceleren el paso, retrocediendo un buen trecho y dándose una buena galopada. Gracias a la previsión de nuestros porteadores, nuestros equipajes vienen completamente secos, tomamos aposento en el dormitorio colectivo, nos secamos y nos cambiamos de ropa. Algunos incluso tomamos una ducha con un hilillo de agua, ora caliente, ora fría. A estas alturas tampoco se pueden pedir maravillas. El problema lo tenemos con el calzado completamente empapado, y algunos no traen calzado de repuesto. Acaparamos uno de los calefactores que encontramos en el salón del refugio, y lo “embotamos” hasta la bandera. Migue, Elena A., Linda y algún otro se pasaron la velada horneando botas a discreción, consiguiendo que tuviéramos calzado seco para el día siguiente. El té que se nos ofrece en esta ocasión nos sabe a gloria, y nos viene de perlas para meter calor en el cuerpo.

El refugio no está muy saturado de gente. En la sala de estar nos congregamos unas 25-30 personas. Me fijo en una familia con pinta anglosajona, el padre, la madre y dos crías, una de unos 8-10 años, que al día siguiente veremos partir sobre las seis de la mañana para acometer la cima. Entablamos conversación con unos ceutíes aficionados a las pruebas de resistencia extrema, que han hecho cima en el mismo día, partiendo de Imlil cuando nosotros más o menos. El caso es que a ellos en vez de caerles granizo y lluvia, les ha nevado allá arriba.

El personal autóctono de apoyo se halla repartido por otras dependencias, fundamentalmente la cocina, donde ya se encuentran preparando la cena. Hay bastantes cocineros, cada uno atendiendo la cena de su expedición. La cocina es un trajín incesante de viandas, cacharros y personal. Los nuestros han preparado para la ocasión un variado de verduras especiado, marca de la casa, una sopa color calabaza que me niego a probar y un cus-cus que no está mal, si no fuera por el cordero “cantarín” que lo salpica. Hasta el momento, y en lo que a mí se refiere, el equilibrio calórico va de escándalo, de seguir así, puede que consiga eliminar el sobrepeso que mantengo desde tiempo inmemorial. Para la cena, la infusión es una denominada “verbena”, pues conviene prescindir del té si se quiere conciliar el sueño. Al día siguiente la hora prevista para el toque de diana son las 5:00 a.m. Unos últimos retoques a nuestras húmedas botas mientras algunos degustamos un ron miel adquirido por Andrés en el dutty free de Barajas, y a la habitación a crisalizarnos en nuestros sacos.


Ya despiertos, afuera todavía está oscuro. Nos aseamos como buenamente podemos, tomamos un desayuno a base de polvos (no vayáis a pensar mal, leche en polvo, café en polvo, azúcar en polvo,…), mermeladas, mantequilla y pan al estilo marroquí, y por supuesto té para el que quiera, y nos disponemos para acometer la cima. Nos esperan unas cuatro horas de ascensión constante, aunque sin una dificultad excesiva.

Cuando amanece, el día aparece nublado. La acometida de las primeras pendientes tonifica nuestras piernas y va despejando nuestras mentes algo abotargadas por el madrugón. Ahora podemos degustar el paisaje que nos rodea con más detenimiento. Estamos inmersos en un circo glaciar de proporciones siderales. Fluyen arroyuelos aquí y allá, y hay manchas de nieve diseminadas por doquier. El terreno es un auténtico pedregal sobre el que vamos ascendiendo con paso decidido. Atravesamos una cascada y enfilamos las primeras nieves. Si alzamos la vista, vemos una considerable hilera de excursionistas que también se dirigen a la cima y que han madrugado más que nosotros. Comienzan los primeros avisos de una posible granizada. Brahim duda que la expedición pueda llegar a su destino. Saco mi capelina rojo “pasión” y me coloco cinta americana a modo de polainas chapuceras, por si se desata el aguacero. Mi decisión inquebrantable es llegar a la cumbre del Toubkal cueste lo que cueste. Parece que la capelina funciona a modo de talismán para ahuyentar la tormenta. Desde el momento en que me la puse, el tiempo empezó a mejorar.

Esforzadamente vamos ascendiendo sin vislumbrar aún la cima a la que nos dirigimos, ante nuestros requerimientos, Brahim nos señala un collado, Tizi Toubkal (3.791 m), a lo lejos, tras del cual nuestra meta estará más cercana. A medida que avanzamos nuestro grupo se disgrega y nos vamos intercalando con gentes de distintas razas y nacionalidades, es increíble el poder de atracción que ejercen estas montañas.

Al llegar al collado, nos dirigimos hacia un mirador privilegiado. Desde alturas de auténtico vértigo se pueden contemplar profundos valles, macizos de un rojo púrpura espectacular, la cordillera del anti-atlas y casi se pueden adivinar las suaves ondulaciones de las arenas del desierto lejano. Ya sólo nos queda acometer la arista cimera, que sin grandes esfuerzos nos habrá de depositar en la cumbre.

Abrazos, emoción, alegría contagiosa y algunas lágrimas contribuirán a hacer de este momento un emotivo recuerdo para el futuro. Por supuesto fotos y más fotos, que contribuirán a hacer el recuerdo más preciso.

Como si se nos hubiera olvidado que a la vuelta no nos esperaba ninguna “rubia” que calmara nuestros sedientos gaznates, emprendemos ligeros el camino de regreso por donde mismo habíamos llegado. Si la ida nos llevó unas cuatro horas, la vuelta la hicimos a contrarreloj. En poco más de hora y media estábamos en el refugio. Jose Luis y Conchi nos preparan un aperitivo de “Jalufo” y queso manchego, que agradecen nuestros paladares.

Habiendo decidido cambiar nuestros planes iniciales, que en principio contemplaban hacer esta noche en el refugio, acordamos que después de comer nos iríamos para Armed, un pueblecito bereber de alta montaña, completamente integrado en el paisaje, y cercano a Imlil, el punto desde el que iniciamos nuestra escalada. A medida que nos vamos aproximando a las inmediaciones, vemos a las mujeres del lugar realizar las faenas del campo y cargarse con grandes fardos de hierba a sus espaldas. Chicas jóvenes y no tan jóvenes realizan trabajos realmente esforzados. Unos niños reciben a Brahim con gran algarabía, se trata de sus sobrinos. Me llama la atención la soltura con que se mueven en este abrupto terreno con unas ligeras chanclas veraniegas. Niñas pequeñas vestidas a la usanza islamista más tradicional, es decir, cubiertas de la cabeza a los pies, juegan con otras de cabeza descubierta, estas últimas parecen más numerosas. Su futuro se intuye enlazado a estas montañas.

En Armed, que es el pueblo de Brahim, éste nos aloja en un albergue realmente encantador, con bastantes más comodidades que en el refugio, y con un patio de entrada de abundante vegetación dispuesta en parterres circundantes, que utilizan a modo de terraza para servir comidas. Es aquí donde merendamos un té con galletas, y desayunaremos al día siguiente.

Lástima que por la noche se desate una tormenta y no podamos cenar en el mismo sitio, a la luz de la luna y las estrellas. No importa, el albergue dispone de un amplio comedor, donde con holgura se dispone la cena para todos nosotros y alguno más. Después aprovechamos para rematar el resto de la botella de ron miel de nuestro amigo Andrés. Y a esto llegan los bailes y cantes regionales. Nos trasladamos a un saloncito recoleto donde Brahim y la gente del albergue nos amenizan la velada con una improvisada banda floklórica bereber, los instrumentos, una especie de pandero y una olla de aluminio percutida con unas cucharillas a modo de baquetas, no recuerdo si alguno más. Con tan pobre instrumental y las voces a coro de nuestros anfitriones, se monta un buen guirigay. Nos animamos a mostrarles nuestro virtuosismo con el leit motiv de nuestra peña: “La Reja”, pero nos falta nuestra voz estrella, y la verdad queda muy deslucida. Menos mal que por aquí no hay bebidas espirituosas, por lo que la exhibición duró lo justo. Afuera seguía lloviendo. Normal. Los fumadores echan los últimos cigarros en la terraza cubierta de la azotea, y al saco.

A la mañana siguiente una vivísima luz alumbra nuestro despertar, y el olor a tierra mojada perfuma el ambiente. Sin prisas, vamos recogiendo nuestras cosas y preparando nuestros petates, a la vez que vamos tirando algunas fotos, la luz invita a ello. Desayunamos y nos disponemos a partir para Imlil, donde nos recogerá la furgoneta que nos llevará a Marrakesh. Nuestros primeros pasos discurren por callejuelas tortuosas. A estas horas la vida se está desperezando en Armed, los niños juegan en la calle, y sus caritas con ojos más refulgentes que el mismo sol, nos miran curiosas.

A medida que vamos dejando la población nos adentramos en un nogueral cuya sombra nos brinda protección y frescura en un paseo realmente delicioso. Según vamos descendiendo seguimos el curso de alguna que otra acequia, atravesamos algún que otro riachuelo, y sobre todo vamos comentando lo contentos que estamos de lo bien que ha salido todo hasta el momento. Hemos tenido alguna que otra dificultad pero ello ha contribuido a darle aliciente y algo de aventura a nuestra travesía.

Y aquí ya dejo el relato, sé que me he extendido demasiado, pero aún quedan por relatar mis impresiones sobre Marrakesh, la ciudad roja, que amenazo con contaros en otro momento.


¡Os veo en Marrakesh!



Comentado por Diego