El 'subidón' al Tajo de los Machos

26 de Abril de 2008

Quedamos a las 8:00hs en el Cubo, para dirigirnos hacia Lanjarón. En esta ocasión el guía fue Juan.

Como siempre que en una convocatoria aparecen las temidas palabras de “crampones”, “nieve”, “dura” …. la asistencia se ve muy disminuida, al contrario las palabras “comida”, “familiar”, “suave”…. parece que concitan la llamada atávica al gregarismo de la especie.

(Carmen, Javi, Antonio R., Andrés, Pacoto, Carlos, Juan, Diego)

En este caso sólo acudimos ocho a la cita: Carmen, Javi, Antonio R., Andres, Pacoto, Carlos (estuvo con nosotros en la que hicimos de Capileira a Trevelez por el Sulayr), Juan, nuestro guía para la ocasión, y un servidor.


El día amaneció completamente despejado y prometía depararnos una jornada de excepción para la práctica de nuestro deporte. A las ocho ya estábamos dispuestos para iniciar el trayecto en coche hasta “Puente Palo”.

¡¡Ay va, las polainas !!,
se acordó alguien a destiempo.
A Cajar a por las polainas.
Bueno, menos mal que habíamos quedado temprano.
Venga, id vosotros tomando café en Lanjarón mientras vamos a por las polainas.



Cuando nos encontramos en Lanjarón, en el bar que hay frente a la gasolinera, parece ser que aún nadie había tomado café.
Arre que es tarde, vámonos que se nos echa el día encima, ni café, ni tostadas. Antonio ya había pegado la hebra con un parroquiano que le estaba calentando la cabeza con que si un préstamo por aquí, un préstamo por allá. Venga Antonio, ahí os quedais, nosotros vamos para “Puente Palo”, allí nos vemos.


Sobre las diez y cuarto ya estábamos iniciando la marcha. De las dos alternativas posibles, Juan se decidió por la que salvaba más desnivel en menos tramo. Una pista ancha que discurre entre un tupido pinar nos conducirá hasta el cruce de río chico.


A medida que nos vamos acercando, la pista se va estrechando y volviendo más agreste, hasta que, una vez cruzado el río, desaparece, o al menos nosotros no pudimos encontrarla. En este punto comenzamos a trochar por mitad del campo y cuesta arriba, algo a lo que ya estamos acostumbrados. Juan tenía clara la orientación, pero había que salvar una masa boscosa que se interponía en nuestro camino. El grupo se fragmenta dirigiéndonos cada uno a diferentes alturas, hasta los prados del cebollar, donde se encuentra el Refugio del Cebollar.


El grupo en el que me encuentro pasa por encima del refugio, yendo a dar a las proximidades del pico de las Alegas. Aquí paramos un rato para comer un poco y esperar al resto que se han detenido en el Refugio.


El sol pega de lo lindo, pero la fresca brisa que corre a estas alturas aligera nuestro esfuerzo. Además, la contemplación del maravilloso espectáculo que nos rodea contribuye a aliviar la sensación de cansancio. En frente la cara sur de la magnífica montaña a cuya cumbre nos dirigimos y de todo el pliegue que la sustenta, se nos muestra tapizada de blanco con algunas pequeñas manchas ocres y grises, a nuestros pies el valle del río Chico, salpicado de blancos, ocres y verdes primaverales. A la espalda la imponente mole de la Sierra de Lujar se nos muestra en todo su esplendor, así como la presa de Rules y el mar difuminado de fondo.


Nuestros espíritus avanzan livianos, mientras nuestros cuerpos se esfuerzan en perseguirlos en pos de la ansiada cumbre. Hemos cruzado algo por debajo del pico de las Alegas y nos encaminamos a una pequeña hondonada donde comienza el último tramo de la ascensión, mejor dicho, el penúltimo, pues la cuerda topográfica por la que subimos tiene un punto de inflexión que nos impide ver la cumbre definitiva, dándonos la impresión engañosa de que se acaba antes de lo que en realidad sucede, quedando un último tramo que es el que más cuesta.


Nos hacemos las últimas fotos antes de comenzar a atacar el “subidón”, la cámara da unos pitidos avisando de que se ha quedado sin batería. No hay más cámaras. Sólo los móviles dejaran constancia de nuestra gesta.


Carlos encabeza el pelotón y los demás nos disponemos a seguirlo, aunque la verdad, resulta difícil, ¡qué manera de subir!, ¡qué buenas piernas!. Javi está en plena forma y no deja que se le escape la estela, yo hago lo que puedo, por detrás Antonio y Carmen llevan un buen ritmo, más alejados Juan, Andrés y Pacoto conforman la cola del pelotón. Más o menos en este orden llegamos a la cumbre.

Una mirada a nuestro alrededor basta para compensar el esfuerzo. Pareciera que estamos encaramados en la cima del mundo, y que pudiéramos tocar el cielo con la punta de los dedos. Comemos algo y automáticamente nuestros cuerpos piden un merecido descanso. Algunos buscamos acomodo entre las piedras y nuestras mochilas y nos tumbamos cual lagartos adormilados por el refulgente sol.


Hablando de “refulgente sol”, Pacoto está a punto de enceguecer entre el sol y la nieve. No ha traido gafas de sol, y los rayos castigan sus ojos de manera despiadada. Con los bastones usados a la manera de los vendedores de la ONCE, consigue hacer cumbre, también tiene tirones musculares y está sufriendo de lo lindo. Pero que pundonor el de este hombre. Se sobrepone y sigue adelante, y además ya se sabe, el que llega el último es el que menos descansa (esa es una ley no escrita del senderismo).

Con otro ánimo, después del descanso reparador, nos disponemos a iniciar el descenso cresteando en dirección SE hasta alcanzar el hito que nos marcará el punto donde vamos a bajar en caída libre aprovechando las placas de nieve que alfombran nuestro camino. ¡Qué gustazo pisar nieve blandita y esponjosa!. Una vez más hemos paseado los crampones sin que nos hayan hecho falta en ningún momento. Lo que no es ningún gustazo es cuando pisas nieves y te clavas hasta la cintura, que también nos sucedió en alguna ocasión, sobre todo la última placa antes de llegar a la pista de regreso que nos pilló a todos desprevenidos.


Una vez en la pista el agua procedente del deshielo corre a raudales a nuestro alrededor, su rumor alegrará nuestro camino de regreso hasta que demos con los coches después de unas nueve horitas largas de ruta que sinceramente no volveremos a repetir hasta que se nos olviden.

Ya en los coches nos despedimos sin la consabida cerveza de fin de etapa.

Algunos ya hemos tenido bronca telefónica y en casa nos espera “arroz con voces”.
Además al día siguiente me he inscrito en una prueba de 90 Km. en bici por la ruta de la vía del tren del Aceite, en la subbética cordobesa, que ya os contaré en otra ocasión.




Comentado por Diego