A las 8:30 en el cubo. El fresquito de la mañana presagiaba un gélido día en La Alpujarra.

Falló el presagio. Nos hizo un día casi primaveral. Digno de una ruta que transcurrió la mayor parte de tiempo por veredas y caminos rodeados de agua y vegetación. Tapizados por una tupida alfombra de hojas. ¡Cuánto follaje!

El paisaje acompañó en todo momento. El otoño se mostraba en su máximo esplendor, componiendo una sinfonía de ocres, rojizos, amarillos y anaranjados que sumían el espíritu en un éxtasis contemplativo.

Los árboles semejaban un tenue telón que dejaba vislumbrar de forma sutil e insinuante, a la par que majestuosa, el idílico escenario que componía el perfil blanco y escarpado de los pueblecitos alpujarreños: Pampaneira, Bubión, y un poquito más arriba, nuestro punto destino. Capileira.

¡Joerrrrrrr! ¡Que cursi!

Merecieron la pena las, a veces, duras subidas. También la merecieron las, en ocasiones, incómodas bajadas. Fue una bonita excursión. Equilibrada.

Ni demasiado larga, ni demasiado corta. Ni demasiado blanda, ni demasiado dura (¡a que parece que hablo de otra cosa!) Una excursión para disfrutar.

Igual que disfrutamos con los huevos una vez que llegamos a Capileira. ¡Como disfrutamos con los huevos! ¡Es que con los huevos se disfruta mucho! ¿verdad? Después de disfrutar con los huevos…., nos los comimos. Con una loncha de jamón ¡claro! Previamente habíamos disfrutado con la longaniza y la morcilla.

Hubo un anticipado brindis por la Navidad, para felicitar a aquellos que el día 22 no podremos compartir mesa y mantel con el resto de la peña.

Y cuando los conductores bajaron a la Ermita a recoger los coches para devolvernos a Granada, terminamos de disfrutar con los cafelitos, cubatitas, wiskises, licorcitos de hierbas ¡Y los chistes!

¡Una gozada de día! Lástima que no estuvierais todos.