Prado Negro- Peñón de la Cruz

23 de Octubre de 2010

Comentado por Javier

He tardado tanto en decidirme a escribir este relato que, probablemente, lo que cuente tendrá poco que ver con la realidad. Lo único que recuerdo con claridad es que estos hechos ocurrieron un lunes del mes de marzo del pasado año... O quizás no... ¿Un jueves del mes de septiembre?...¿o fue en noviembre?. No sé. Lo único que tengo claro es que estos hechos ocurrieron alguna vez y que jamás podré olvidarlos, porque me dejaron marcado de tal manera que tengo la angustiosa sensación de que ocurrieron ayer. Por eso los recuerdos acuden a mi mente con total nitidez.

(Javier, Ana, Emilia, Miguel, Loli, Rafa, Javier, Mar, Jesús, Rafi, Ana, Enrique, Naxo, Heny, Alexander)

Ocurrió algún día en el Peñón de la Cruz

Habíamos quedado en Prado Negro para hacer una ruta por Sierra Arana y visitar la Cabeza del Caballo y el Peñón de La Cruz. Esa era nuestra intención pero lo cierto es que, por mucho empeño que pusimos, por mucho que nos esforzamos, por más que lo intentamos, al final... lo conseguimos sin ningún problema. ¡Como siempre!

Se nos unieron en el punto de partida unos compañeros de viaje de auténtico lujo (dos con abrigos de piel color canela y uno con esmoquin negro y corbatín blanco) que nos escoltaron durante todo el camino y no se separaron de nosotros hasta que nos dejaron sanos y salvos en nuestro destino final: El Peñón de la Cruz.


Las dudas iniciales antes comenzar el camino fueron rápidamente disipadas por nuestro coprólogo oficial, que vuelto de espaldas se puso a meditar para determinar la dirección a seguir. Tras unos segundos de meditación, un aaaahhhh, uuuummmm, ooooooooohh de satisfacción, nos hizo entender que Antonio había logrado orientarse. Salvados estos momentos de incertidumbre, el resto fue coser y cantar.

Como ya he comentado, durante todo el camino contamos con la compañía de nuestros peludos amigos. Y se ve que no era la primera vez que acompañaban a unos intrépidos senderistas por aquellos parajes. Nos fueron indicando los sitios de parada obligada, las trochas que convenía tomar, las zonas de descanso y tentempié (al que se apuntaron gustosos) y los puntos de interés turístico. Colaboraron a la perfección con Loli en su labor de guías.

El camino discurrió sin complicaciones. En cuanto surgía la más mínima vacilación o nos desviábamos lo más mínimo de la ruta, allí estaba Loli dando instrucciones a sus ayudantes para que nos reintegraran al buen camino. Y así fuimos llegando, sin demasiados esfuerzos, a las inmediaciones de la Cabeza del Caballo. La ascensión resultó un poco más dura y complicada. Una vez en la cumbre, tiramos de vianda y disfrutamos de las vistas hasta que la suave brisilla marina empezó a agrietarnos el cutis, momento en el que decidimos dejar el disfrute para mejor ocasión.


Reanudamos la marcha y enfilamos nuestra vista hacia el Peñón de La Cruz. Con paso tranquilo, pero firme, y siempre precedidos por nuestro perrunos amigos nos fuimos acercando a nuestra meta. Un pequeño esfuerzo más y llegamos a la cumbre. Y con nuestra llegada a la cumbre llegó también el momento de la despedida. Despedida que me resultó especialmente triste cuando tuve que decir adiós a mi amiguito del corbatín blanco(ese perrillo era una copia exacta de otro que tuve yo hace algún tiempo y que, desgraciadamente, perdí). Nuestros nuevos camaradas volvieron sobre sus pasos hacia Prado Negro dispuestos a esperar a una nueva partida de aventureros andarines a los que acompañar por las agrestes tierras de Sierra Arana.


El descenso del Peñón fue de lo más accidentado. Muchos probamos la dureza del inestable terreno en nuestras delicadas posaderas. Se produjo algún desprendimiento. Las rocas rodaron ladera abajo. Y rodaron, y rodaron. Una de estas rocas se perdía de vista y reaparecía nuevamente muchos metros más abajo. La verdad es que pasé un poco de miedo, porque esa roca la hice rodar yo y no sabía donde, ni contra qué, podría poner fin a su vertiginoso descenso. Al día siguiente compré todos los periódicos. ¡Nada sobre rocas!. Salvo un anuncio de sanitarios. ¡Por fin respiré!

Finalizado el descenso ya solo quedaba un suave paseo para culminar con éxito la jornada. Casi sin darnos cuenta estábamos de nuevo en Prado Negro. Allí nos reunimos con nuestros coleguillas de cuatro patas y celebramos el reencuentro y el final feliz delante de unas jarras de vino y cerveza.

Todo esto fue lo que ocurrió aquel lunes del mes de marzo del pasado año…... ¿O fue en noviembre? ……. Esto fue lo que ocurrió un día.