Cumbres Verdes-Cahorros

11 de Septiembre de 2010

Comentado por Ana

Todo lo que les cuento en este paseo por el campo comenzó el 11 de septiembre de 2010 a las 8.30 de la mañana.

27 senderistas, armados con botas y bastones, nos dispusimos a pasar un día en el campo, en fraternidad con la naturaleza, para observar in situ esos cuadros de paisajes que luego nuestros artistas intentan imitar sin conseguir hacerle justicia al artista verdadero: la naturaleza.

(Inma,Pacoto,Juan,Antonio,Javier,Bartolome,Emilia,Mercedes,Loli,Mati,Gonzalo, Elena,Enrique, Heny, Naxo,Rocio,Andres,Ana,Elena,Ana,Loli, MªJose,Lidia,Joaquin,MªAngeles,Paco,Miguel)


Pasaba yo por el bar Munich, de camino al autobús, cuando me silbaron por la espalda. Pensé: “¿Quién será? Seguramente, alguien que me conoce, pero que me llamen por mi nombre, que no soy un perro, ni tampoco una mujer despampanante –¡jajaja!-“. ¿Y quién me llama?, pues mis colegas Pacoto y Elena en sus últimos minutos de desayuno y, como a los perros que a veces les cae algo del que come, a mí me cayó media tostada de mantequilla que devoré aunque iba ya desayunada, porque nunca se sabe cuándo volveremos a comer.

Llegamos al autobús en la entrada del Cubo, y todos le hacemos un desplante, a nadie se le ocurre fichar y entrar a echar un rato por la crisis, que todos queremos irnos a La Fuente del Hervidero. El coordinador llegó dos minutos tarde, según me confesó después, y se sintió feliz de que todos estuviéramos ya allí, junto a la guagua, como la llamarían nuestros colegas canarios, que pronto andurriarán por estos parajes.

Faltaron algunos a la cita de los que, según Miguel de Vera, juraron y perjuraron que asistirían a la primera excursión oficial de la temporada.


Nuestro conductor nos abandonó a nuestra suerte en Cumbres Verdes y durante mucho tiempo anduvimos entre pinos y, siempre a nuestra izquierda y en todo momento, se divisaba Granada con su Alhambra, su Catedral y, cómo no, su Cubo, siempre presente mires donde mires. Las vistas durante todo el sendero son un regalo que nos hace la naturaleza.


Llegamos a Fuente Fría, pero no la alcanzamos del todo, nuestro destino nos deparaba otros caminos, y así no pudimos comprobar si es tan fría como dice su nombre ni, tampoco, pudimos secarla con nuestra sed.


¡Huy, por ahí no!,…y los últimos serán los primeros. Pequeña equivocación, pero nuestro presi, siempre con ayuda del GPS que ya dispone nuestra peña, nos indica el camino exacto y comenzamos a bajar y bajar, hasta llegar a los Cahorros.


Y yo recordaba una fuente en aquella pradera, pero no conseguimos encontrarla en el poco tiempo que teníamos antes de seguir la marcha.


Y, luego, sí, nos lo hemos ganado... En un espacio que nos presta el río Monachil, nos descalzamos para que nuestros pies sean acariciados con sus frías aguas, después de llevarlos hirviendo del calor, que parecían echar humo al entrar en contacto con el agua. A mí me parece que es el mejor momento del día, aunque hayamos tenido algunos espectaculares, como aquél donde almorzamos, en lo alto de una loma, divisando a vista de águila el pueblo de Monachil, con Granada a lo lejos.


Cuando saqué los pies de aquellas aguas cristalinas parecía que flotaban, ya no me pesaban ni las botas, como si me hubieran quitado 10 kilos de encima. Qué sensación de bienestar puede proporcionarte un poco de agua helada en tus pies; pruébenlo los que no lo hayan experimentado nunca, eso sí, después de andar unos cuantos kilómetros.


Llega la parte donde te vas colando por las grietas abiertas en la roca, por el desfiladero quizás de alguna película, donde el cauce del río no quiere dejarte espacio para pasar y que no interrumpas su paz, o quizás por celos. Pero no respetamos su deseo de soledad y nos infiltramos como podemos.

A veces nos lo pone difícil para que tengamos que abandonar, en nuestro intento, y nosotros, ni cortos ni perezosos, nos arrastramos, andamos a cuatro patas como la más pequeñita de la excursión, la perrita Kira, que en los momentos más difíciles Loli, su dueña, la mete en su cestito que sujeta con sumo cuidado. Y otras veces tenemos que andar con el culo, sí, no se rían, a arrastraculos, dando pequeños saltitos con el trasero, cuántos culos no han debido de pasar por allí si nos fijamos en lo desgastado que está el poyete. Y así vamos avanzando, poquito a poco, sin separarnos del río que hemos adoptado y que no tenemos intención de abandonar, por el momento. Otras veces, las paredes se abultan hacia fuera sólo para sobar nuestros cuerpos, pero nosotros nos moldeamos a sus formas y logramos vencer al río, dejándonos paso.

Y Rocío, que vuelve después de una larga temporada, ya se había olvidado de andar, que para ella, que ir de calle Palencia al Palacio de Congresos era un pequeño sufrimiento, lo aguantó muy bien. Claro, no podía pedir un taxi; bueno, rectifico, poder podía pedirlo pero me temo que no hubieran aceptado el servicio. Pues, en serio, después de ser mamá lo ha llevado muy bien pero, para la próxima, lo mismo se puede traer a la pequeñita Cristina y que se vaya iniciando en esto del andar como su mamá, o si no, metida en una mochila adaptada a ella como Kira, y así no la echa tanto de menos.

Me alegré de ver a compañeros que hacía mucho que no veía, como a mi amiga Rocío, a Emilia y a otros que conocía por teléfono y allí les he puesto cara.


Llegamos al puente colgante, ése que la primera vez que vas a los Cahorros y no lo esperas, te sorprende. Probablemente no haya día que se visite los Cahorros y que no te encuentres con esos intrépidos escaladores; en este caso, dos chicas subiendo por las paredes. O los que se ven mucho más arriba, unos pequeños bultos de colores que parecen personitas enganchadas a una percha, como si fueran un sombrero, y piensas “como la alcayata de la percha no esté bien sujeta a la pared…”.


Poco después tenemos un accidentado en el grupo, el único que yo recuerde en los 8 ó 9 años que llevo metiéndome en estos líos del andar. Gonzalo de Roquetas sufre lo que creíamos era un tirón en el gemelo pero, como alguien dijo, más que gemelos los suyos parecen trillizos. Nuestra compañera Heny le da su correspondiente masaje, y quiere más, y también porteadores, o quizás le gusten más las porteadoras.

Alguien suelta, “menos mal que llevamos enterrador” y Elena puntualiza que el enterrador tiene que tener cuidado con esto de los accidentes, no sea que tenga que poner en la puerta de la Funeraria, “cerrado por defunción”, que parecería un chiste de Gila. Gonzalo consiguió llegar a un cortijo, con bar incluido, y allí, uno de los dueños, lo trasladó en todo terrero –Mercedes, además-, al pueblo de Monachil, donde nos recogería nuestro fiel conductor del autobús.


En Monachil devoramos todo lo que pusieron a nuestro alcance, cervezas y las escasas tapas, también; sólo nos faltó morder al que teníamos al lado.

Y como dice Pacoto que dijo Sandra, ella estaba allí sufriendo para que se le ponga el culo duro, para que otro que está en el sofá lo disfrute después.

De regreso al Cubo, se ofrece Enrique a acompañar al accidentado a su lugar de trabajo, La Salud. Y, más tarde, nos enteramos de lo malo: le diagnostican una pequeña rotura muscular y le envían de reposo, aunque he escuchado que reposa en la sucursal y, lo bueno, es que está federado y la factura de La Salud se la pagarán, imagino. Cuídate, Gonzalo, que la próxima es El Caballo.

Y todo acabó el 14 de septiembre a eso de las 18 horas pero éste es sólo el primer capítulo, y continuará: ya les adelantamos que en el próximo viajaremos al Caballo, o en caballo, no sé muy bien, pero algo de un caballo es.