Sábado, 24 de Junio de 2023
Crónica: José Luis – Entra y disfruta de la experiencia vivida.
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Fotos de José Luis Moreno
DESCRIPCIÓN DE LA SALIDA
La excursión que definitivamente cierra el calendario de salidas de la Peña Andarina antes del parón veraniego, Siete Lagunas, estaba en principio prevista para el sábado 27 de mayo de 2023, pero, cosas de la climatología nevadensis, resulta que en la recta final de la primavera había en la zona por la que nos íbamos a mover más nieve que en todo el otoño-invierno. Pocos días antes una gran tormenta había dejado todo lo que está por encima de los dos mil metros cubierto del blanco manto y esto hacía desaconsejable el desplazamiento, así que se decidió dejarlo para una fecha más propicia y ésta se presentó casi un mes después, el 24 de junio, día de San Juan Bautista.
Cuando me siento a garrapatear estas cuatro impresiones de la espectacular última salida, lo hago bastante agujetoso. Y es que uno no es ya un niño, ni siquiera un joven, (¡ay!). Pero, como dice la canción, valió la pena. Servidor había estado millones de veces en la Sierra, pero nunca antes por estos impresionantes parajes. Si una palabra define a la excursión de ayer es: espectacular. Además, disfrutamos de un buen día para la cosa penibetista de alta montaña, templado e incluso algo fresco en las alturas, no demasiado caluroso conforme íbamos hacia Trevélez gracias a una nube amiga que nos hizo de parasol casi todo el camino. Un duro camino lleno de piedras y desniveles, próvido en tropezones (o, en granaíno castizo, recalcones). Pero, para servidor, confieso, la bajada resultó mucho más dura de lo que esperaba. Las puntas de mis doloridos y respectivos dedos gordos de los pies dan testimonio de que esas tres horas y media de continuo descenso fueron excesivamente duras. Si la salida que despedía de forma oficial la temporada una semana antes, en Fuente Alta, fue un apenas sudorífero paseíllo, las agujetas de ahora mismo me dicen que ésta, a modo de epílogo, fue todo lo contrario. ¡Ay de mis cuádriceps y mis pobres gemelos!
En un Palma Auñón mediano partimos con algún retraso respecto de lo previsto, 8,25, los 24 esforzados de esta ruta, desde el sitio de costumbre. Había que estar en Capileira antes de las 10,30 para abordar a esa hora los microbuses que hacen de lanzadera y te llevan al Alto del Chorrillo, ahorrándote así más de dos horas de camino siempre cuesta arriba.
A las 10,10 estábamos ya a pie de lanzadera, pero ésta no se presentó hasta cuarenta minutos después. Todos no cabemos en uno solo de los microbuses que hacen el servicio, de unas veinte plazas, así que los andarines que viajaron en otro bus se perdieron el show del amigo Paco, guía-intérprete del SIAC (Servicio de Interpretación Ambiental de Altas Cumbres), un organismo público. Empezó pidiendo disculpas por el retraso, debido a que la empresa que explota la concesión lleva poco tiempo en el menester, e inmediatamente ensartó una retahíla de chascarrillos intercalados entre explicaciones de lo que es Sierra Nevada, su morfología, clima, historia y mil datos más, todo entre guiños a la concurrencia buscando su participación. No sé si a todos los que íbamos en el bus, entre saltos y traqueteos a cascoporro, les hizo mucha o ninguna gracia el parlamento de Paco que les impedía centrarse en el simpar panorama que se iba descubriendo en nuestra ascensión, un continuo introducir comentarios jocosos entre explicaciones serias que duró toda la hora que tarda el transporte en llevarte a los 2.120 metros de altitud del Chorrillo. Yo pasé un buen rato con las ocurrencias del tal Paco (gracias), que convirtió en un alegre monólogo, propio del programa ése de TV que se llama El Club de la Comedia, o algo así, lo que seguramente, sin su ingenio, no habría sido otra cosa que un rutinario y despersonalizado describir el sitio donde estábamos y hacia el que íbamos, que ése es su oficio; a servidor le divirtió este probo funcionario, todo un artista, que varias veces arrancó una carcajada generalizada.
Ya son las 12,00. Desde donde nos deja el microbús, Hoya (o Alto) del Chorrillo, el Mulhacén en su cara sur es difícilmente reconocible, pero ahí está, delante. Estamos viéndolo de espaldas, redondeado, muy distinto a su rostro norte, abrupto y enjuto como él solo, que es el que más conocemos. De los 2.100 metros, hay que escalar hasta los 3.000 y pico, así que nada más poner pie a tierra, empieza una subida bastante empinada y larguísima. Uno, en su rol de sabihondo oficial de esta jacarandosa peña, tiene que recurrir a alguna de las muchísimas webs que existen sobre Sierra Nevada (sin Internet no somos nada), y de ahí copio que ascendemos por la Loma de Piedra Blanca hasta alcanzar el Puerto Molina, y después seguimos ascendiendo hasta los más de 2.500 metros de altitud en Prado Llano (otro Pradollano), continuamos por la Loma del Cascajar Negro para más adelante llegar a la Loma del Tanto. Reconozco no haber oído nunca antes todos esos nombres. En cualquier caso, un cuestarrón como un demonio que deja varias veces sin resuello a más de uno y una.
Con permiso… una de historia: A lo largo de este empinadísimo camino que acabamos de superar, todavía está muy visible la pista que se construyó por mandato del Marqués del Mulhacén, el general Ibero, Carlos Ibáñez de Ibero, un geodesta militar de Ingenieros, director del Instituto Geográfico y Estadístico, que ganó ese título nobiliario por dirigir en 1879 los trabajos que por primera vez consiguieron el enlace geodésico y astronómico de Europa con África, fundamental para una cartografía científica. En la actualidad, ese enlace geodésico lo puede hacer una sola persona desde su casa y con un ordenador como toda herramienta, pero, hace 144 años, en 1879, para poder conseguirlo había primero que poner de acuerdo a dos gobiernos, el español y el francés, y después había que subir hasta el Mulhacén hombres y carros tirados por bestias con el material necesario, como ladrillos y cemento para construir en la cumbre refugios aptos para cobijar a los servidores largo tiempo (sus restos todavía están visibles en el techo de la Península), así como pesadas máquinas, espejos, lentes, etc, que facilitasen la tarea. La altura peninsular que mejor podía servir para ese fin de enlace no tenía más rutas de acceso que estrechas veredas, por lo que se acondicionó esta pista y por ahí ascendió hasta lo alto del Mulhacén, con toda su impedimenta, un contingente de varias decenas entre soldados, obreros y científicos, que permanecieron como dos meses intentando que los potentes focos de luz eléctrica generada con máquinas de vapor, encendidos por la noche, y las señales hechas con heliógrafo por el día, fueran vistas desde la otra orilla del Mediterráneo, en un monte cercano a la costa, en Argelia, cerca de Orán, a más de 250 kilómetros; y viceversa, intentando ver desde aquí los focos y los destellos de allí para poder hacer las mediciones exactas con el “Aparato Ibáñez”, un invento del militar, y por fin solucionar así uno de los muchos errores de los mapas de la época. Cuando ya iban a desistir y se acercaban las primeras nieves, por fin se consiguió aquello que se perseguía. Otros focos y otros heliógrafos en la Tetica de Bacares, Sierra de los Filabres, Almería, y en otro pico menor en el Oranesado argelino, completaron el cuadrilátero con el que hacer las mediciones trigonométricas pertinentes.
Continuando con nuestro discurrir, cuando ya hemos ganado los 3.000 metros de altitud, escrito a mano con pintura blanca sobre unas piedras apiladas, se lee que por la izquierda, o sea, recto, se va al Mulhacén y por la derecha a Siete lagunas, que es nuestro destino. A partir de aquí el sendero sube y baja alternativamente y nos va descubriendo perspectivas para el éxtasis penibético. El mar, el de agua salada, no se ve, lo impide la neblina costera, pero sí que se contempla allá abajo otro tipo de mar, éste de plástico, que son los invernaderos almerienses del Campo de Dalías y El Ejido. Ya empiezan a aparecer algunos de los pocos neveros que van quedando en este principio del verano.
Al superar una loma, se abre ante nuestros ojos la grandiosa panorámica del Circo de Siete Lagunas, una depresión glaciar situada entre los colosos Mulhacén y Alcazaba y rodeada de otras alturas menores, que vemos allí abajo, con su lámina de agua cristalina rodeada de hierba verde. Recibe ese nombre porque dentro del mismo, a diferentes alturas, hay varias lagunas y lagunillos. Son las dos de la tarde cuando arribamos. Estamos en uno de los lugares estrella de Sierra Nevada, a casi 3.000 metros de altitud, dentro de la gran concavidad erosionada por un antiguo glaciar hace millones de años. A la orilla de la acumulación de agua de menor altitud, la laguna Hondera, la más grande de todas, hacemos un descanso de una hora, que aprovechamos para vaciar los macutos y echarnos algo al coleto. Algunos hacen una mini excursión a otras lagunas cercanas, otros remojan en el agua helada sus maltratados pies y otros aprovechan para echar una cabezada sobre la superficie mullida de los borreguiles, poblados de las florecillas azules de la genciana y del endemismo más característico de la flora nevadensis: la estrella de las nieves.
Son más o menos las tres de la tarde cuando iniciamos el camino hacia Trevélez. De los casi 3.000 en que nos hallamos tenemos que bajar hasta los 1.500 del pueblo de los jamones. Lo primero que se nos ofrece a la vista una vez iniciado el descenso es la impresionante y cautivadora cascada que se conoce con el nombre de Chorreras Negras, que es el desagüe natural de las lagunas, donde la muy abundante agua se despeña por un precipicio de más de ciento cincuenta metros, aunque no en caída libre, para formar el que llaman río Culo de Perro, que corre a juntarse con el río Trevélez y de éste al Guadalfeo y al Mediterráneo. Sólo por contemplar este salto de agua ya merece la pena deslomarse por esos montes. Por el lateral izquierdo de la cascada vamos bajando dificultosamente en el más acusado de los desniveles que nos esperan.
Abajo comienza un camino más andable, pero bastante áspero y en continuo empinado descenso que causa paulatinamente estragos en nuestros pobres y ya bastante zarandeados pinreles, sobre todo en los halluxes (Nacho, ésta para ti). Bajando y bajando, y bajando más y más, a ratos saltando acequias y filtraciones mil, llegamos al refugio-vivac de la Campiñuela, a 2.400 metros de altitud, donde hacemos una parada corta. Es preciso detenerse aunque sea brevemente porque una compañera se siente desfallecer (afortunadamente se recupera muy pronto). Un poco más abajo entramos en la zona de los primeros pinos de repoblación, y continuamos nuestro extenuador caminar, aunque a partir de aquí hay alguna que otra repisa más o menos llana y más o menos larga que de algún modo sirve de descanso a nuestras dañadas extremidades. Ya empiezan a verse las primeras casas de la parte alta de Trevélez.
Sobre la 18,30 y al borde de la extenuación total, llegamos por fin a nuestro destino final, Trevélez, en cuyo Barrio Medio, en el mesón La Fragua, recuperamos el resuello ante una cerveza fría con su tapa mientras una salmodia canónica, procedente de la misa que se celebra en la iglesia a cuya puerta reposamos, hace de banda sonora de la encantadora reunión con que suelen acabar estas aventuras penibéticas. A las 20,00 horas y tras descender al Barrio Bajo, el de la carretera, se pone en marcha el mismo Palma Auñón que no veíamos desde Capileira. Un bonito tour por el atardecer de la Alpujarra Alta nos devuelve en dos horas al Cubo, adonde llegamos a las diez, con las primeras sombras de la noche, lo que constituye un récord absoluto de tardanza en la vuelta de todas las salidas de esta galana peña en sus ya largos años de existencia, nos recuerda Carmen Moral.
Sólo 15 kilómetros y medio, según mi esmartguach, han sido los recorridos, pero, al menos para el que suscribe, es como si hubiéramos ido andando a Tegucigalpa o a Finipichín de Alcoy. Molido es poco decir para cómo me encuentro. Un solo paso más, después de la eterna bajada desde Siete Lagunas, creo que habría sido el último y definitivo para este caminador que ya no está acostumbrado a palizas semejantes y empiezan a pesarle los muchos tacos de calendario que lleva a cuestas.
A cambio, mis retinas llenas de paisajes maravillosos, para mí, inéditos, y mi ánimo del recuerdo de la gratísima compañía vuestra, me dicen que valió la pena. Os quiero. Hasta la próxima.