Fuente alta – Comida de verano

Sábado, 17 de Junio de 2023
Crónica: José Luis –    Entra y disfruta de la experiencia vivida.

(José Antonio, Inma, Domingo, Carmen Moral, Jose, Rafi, Migue, Mayte,  Mª Carmen, Luis, Carmen Begoña, José Luis, Pepe, Inma, Juani, Naxo, Ángel, Carmen Cabello, Eva, Reyes, Loli, Manolo, Luis, Mati, Elena, Gonzalo, Alberto)

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Fotos de Inma Andarina, José Luis, Reyes

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DESCRIPCIÓN DE LA SALIDA

         Un Palma Auñón grande nos recogió en la puerta del Cubo, rotonda del tío oxidao, a los casi treinta que nos apuntamos a la que oficialmente iba a ser la última salida antes del parón estival, a rematar con una comida de confraternidad en un ventorro, como es costumbre. Eran las 9,05 del sábado 17 de junio de 2023, a esa hora el cielo está completamente raso y ya empieza a hacer calor.

              Para cerrar la temporada excursionista de esta rozagante Peña Andarina (aunque no de Colomera), nuestro adalid José Antonio diseñó un paseíllo por las alturas bonito, bonito a rabiar. Y facilísimo: Fuente Alta. Es un circuito peatonal y para velocípedos y cuadrúpedos, de algo más de ocho kilómetros, señalizado y muy cercano a la entrada de la urbanización de Pradollano, por lo que se puede llegar en coche prácticamente a la misma puerta. Recomendable para todas las edades y apto para toda clase de juanetes. Los algo más de dos mil metros sobre el nivel del mar en Alicante (de media) que hay en el recorrido, garantizan que una parte del año la pasa bajo la nieve.

Inolvidable puede ser hacer esta misma fácil excursión, de apenas dos horas, en uno de esos días serranos de febrero en los que el cielo penibético, sin una nube, es de un azul metálico y la nieve llega hasta el Balcón de Canales. Las inmejorables vistas del escailain entre Veleta y Caballo y de la pirámide del Trevenque a la ida y a la vuelta (el orgulloso Trevenque, como lo describió algún autor de tema penibético), son su mejor virtud. Las panorámicas incomparables son el mayor atractivo de la mini caminata.

Apeados en nuestro destino a eso de las diez, justo en la curva de 180 grados en la que la carretera llega al desvío hacia Pradollano, lo primero que vemos es una formación de telecabinas yacientes. Los habitáculos de metacrilato derribados esperan en el recodo del camino hacer su último viaje, éste hacia el desguace. Son los cadáveres de un remonte serrano que en su día fue lo más de lo más y lo mejorcito de la Penibética, el Telecabina Al-Ándalus. Durante treinta y tres años, desde 1990, sirvió para ir de Pradollano a Borreguiles, y hasta abril pasado ha estado en activo, pero, sic transit gloria mundi, se ha quedado obsoleto y va a ser reemplazado por otro con más capacidad y funcionalidad, que quieren que se pueda estrenar para cuando vuelvan los de las tablas.

Para empezar la ruta, pasamos bajo un letrero en el que se lee “Circuito Deportivo Fuente Alta”, y debajo: “Salida”. No más de tres metros a la izquierda vemos igual arco a modo de puerta que luce el mismo letrero, sólo que en éste pone “Entrada”. Evidentemente, es una ruta circular y cada uno entra y sale por donde quiere. El camino es casi llano y está alfombrado de la pinocha y de las piñas que sueltan los grandes pinos plantados en los años cincuenta, que dan una agradabilísima sombra durante casi todo el recorrido, cosa que se agradece porque a estas alturas de junio ya el Lorenzo castiga con crueldad. Esta zona recibe el nombre de Loma de la Paja y nosotros nos moveremos por su ladera sur.

Como a algo más de un kilómetro, se llega a un paraje que merece comentario aparte. Es un conjunto de construcciones rústicas, situadas en torno a una pradera llana de aproximadamente lo que en Graná se conoce como un marjal, o sea, unos 525 metros cuadrados de superficie, que se dedican a cultivo de cereal. Las tres o cuatro casas que hay, hechas con piedras apiladas, sólo tienen como único contacto con el exterior, aparte de la puerta, claro, unos altos y angostos ventanucos que llaman la atención por sus raras formas circulares o triangulares. Alguna de ellas conserva parte de la techumbre de paja con que fueron cubiertos sus tejados. Hay bancos y mesas de madera y hasta lo que parece una barra dispuesta para ser utilizada en alguna clase de sarao que aquí se organice. Hay un manantial natural, la fuente Alta, del que sale en abundancia un agua fresquísima y buena.

Estamos de suerte o, mejor dicho, estamos en una “suerte”, que es el nombre autóctono con el que en tiempos ya remotos, muy anteriores a la explotación turística de estos pagos, se definía en Sierra Nevada a determinados emplazamientos estables donde se ubicaban algunas chozas que en primavera y verano servían de cobijo a pastores con su ganado y a campesinos que arrancaban a la sierra algún escueto fruto de subsistencia, permaneciendo deshabitadas el resto del año. Se parece a lo que el DRAE en su acepción 11ª da para la entrada “suerte”: «Parte de tierra de labor, separada de otra u otras por sus lindes». Suerte de Fuente Alta es el nombre del sitio donde nos encontramos, y se hizo no hace demasiados años para servir como museo etnográfico, aunque parece que hace ya tiempo que no cumple la función de dar a conocer las arcaicas condiciones de vida y trabajo en esta parte de la Penibética, y sus construcciones ahora son utilizadas por Cetursa como almacén y trastero.

Tras un breve descanso y llenado de cantimploras, continuamos nuestro caminar por el amabilísimo sendero. En un recodo en leve subida, un andarín ha visto algo que merece ser fotografiado: es una especie de escarabajo o arácnido de color pardo que anda entre la vegetación rastrera, gordo y lustroso, todo patas y arrugas, y que otro andarín define como una chicharra a punto de parir. Un poco más allá de nuestro encuentro cigarreril, topamos con otro algo merecedor de foto: una colonia de al menos cinco setas de la especie amanita muscaria, con su sombrero en cúpula de un rojo vivo salpicado de abultamientos blancos. En la cuestión estética micológica, éste quizá sea el más llamativo de los hongos, es la seta en la que siempre vive algún enanito, pero, aviso a navegantes, es altamente tóxica, no la toques salvo que quieras experimentar un trip alucinógeno, aunque quizá después te arrepientas porque lo más seguro es que te vayas de vareta (sin Wikipedia no somos nadie).

Seguimos andando dale que te pego siempre bajo la cúpula de la estupenda sombra que dan los pinos, algunos de los cuales muestran en sus copas los nidos algodonosos de esa plaga que constituyen los gusanicos que conocemos como procesionaria del pino, que sin sacar santos ni necesitar costaleros, les gusta reptar por los troncos de los árboles hasta el suelo y organizar unas semanas santas defoliadoras en los bosques de coníferas que plantó Franco por toda la Piel de Toro, a los que son capaces de dejar pelados si no se les ataja a tiempo, además de resultar peligrosos para el humano y sus desprevenidas y curiosas mascotas, por sus pelillos urticantes.

Otra parada, ésta con degustación de víveres, y proseguimos nuestro discurrir de andarines impenitentes. Ahora, en sentido contrario al que traíamos, vamos aproximándonos al punto de partida. Apenas se ven algunas diminutas manchas de nieve cercanas al Veleta y su ladera. A sus pies está toda la estación de esquí antiguamente llamada Solynieve, una de las principales fuentes económicas de esta provincia nuestra, en la que, en ese aspecto, aparte del turismo, casi no hay nada más a lo que se le pueda añadir el adjetivo próspero. Nueva parada y descanso en la suerte de Fuente Alta y en apenas quince minutos estamos en el mismo punto en que nos dejó el Palma Auñón, que espera fiel justo al lado de una antigua máquina quitanieves puesta en ese lugar para ser admirada pues ya no se usa para ningún otro menester. Acompañan a la descatalogada máquina dos pequeñas cabinas que deben ser de las primeras que funcionaron en la sierra y que penden de un cable que sale de una gran rueda mecánica para hacer girar la cinta sin fin por la que esos transportes penibéticos discurrían. Todo es testimonio de la primera mecanización que funcionó en el pasado por estos andurriales.

Abordamos el bus y en veinte minutos llegamos a nuestro destino último, el hostal-restaurante Los Puentes, en el Barranco de Canales, a escasos quinientos metros de donde hace unos pocos meses hubo un gran corrimiento de tierras que bloqueó un par de días la carretera a la estación de esquí en plena temporada, obligando a los conductores a desviarse por El Purche. Hay dos puentes que salvan el barranco, de ahí el nombre del establecimiento, uno más moderno, el único que utiliza el tráfico, hecho para dar más anchura a la vía, y otro, paralelo al anterior, más antiguo y estrecho, que debe ser el original que se levantó en su día y que hoy sólo tiene uso peatonal. Estamos en el kilómetro 17 de la carretera hasta el Veleta que diseñó en los años veinte del siglo pasado el ingeniero Juan José Santa Cruz, a unos 1.500 metros de altitud.

Cerveza con tapa en la terraza de Los Puentes para hacer tiempo y boca, y a las dos de la tarde pasamos al interior y nos acomodamos en dos grandes mesas corridas dispuestas en ángulo de 90 grados. Chorizo, jamón, salchichón, morcilla, aceitunillas… son los entrantes. Después, servidos en generosas raciones, solomillo de marrano o bacalao constituyen el plato fuerte, que deglutimos con gusto y a satisfacción de andarines y andarinas. Viene después un cacho de tarta de postre, y café, copa y puro (bueno, esto último no, pues no hay en la peña apenas nadie que arroje humo por sus fauces). Es el momento de los brindis y agradecimientos a quienes han aportado algo más que su sola presencia al buen funcionamiento peñista. Entre aplausos y parabienes de la concurrencia, se da por terminada la tenida.

En el mismo bus que nos ha traído llegamos en poco más de media hora, al filo de las cinco de la tarde, a la rotonda del tío oxidao. Y pajaricos con su madre, cada mochuelo a su olivo. Muy, pero que muy bonita, ha resultado la salida con la que rematar una nueva temporada (aunque aún falta el epílogo, el siguiente sábado). Sólo queda desear a los y las peñistas un feliz y plácido verano, y decirles a algunos y algunas andarines y andarinas que, como el anís de la Asturiana, su presencia siempre agrada y nos gustaría verlos más a menudo acompañándonos por esos montes de Dios. Que la canícula nos sea propicia.

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