Trincheras del Parque natural de la Sierra de Huetor

Sábado, 20 de Abril de 2024
Crónica: José Luis –    Entra y disfruta de la experiencia vivida.

Trincheras Sierra de Huetor

(José Antonio, Inma, Estrella, Mayte, Jose Luís)

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Fotos de Carmen y José Antonio

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DESCRIPCIÓN DE LA SALIDA

Sábado 20 de abril del 90 (¡hola chata!, ¿cómo estás?), digo…, del 2024, salida oficial programada de la rozagante Peña Andarina. Son las 8,40 en el Cubo. Sólo cinco audaces y audazas andarines y andarinas comparecen, más tres perrillos y perrillas, asimismo intrépidos e intrépidas. ¿Dónde está el personal…? ¡Ah, sí…! El grueso peñil está en otros senderos, en otras movidas andariegas como remate a una semana de encuentro con amigos excursionistas forasteros venidos de tierras aragonesas a catar las delicias penibéticas. Dicen los que han vivido de cerca el evento que visitantes y autóctonos se lo han pasado pipa, y que todo ha resultado un exitazo de organización y de sonrisas. Me alegro. Yo también he colaborado a ese éxito aportando mi modesto granito de arena. Me congratulo, insisto, aunque tampoco puedo evitar una cierta desasosegante sensación de haber sido relegado al papel de simple mirón de la diversión ajena. Yo hablo sólo por mí mismo, naturalmente, pero creo que hay alguien más a quien le ha quedado el resquemor de que le han dado con la puerta en las narices cuando, prometiéndoselas muy felices por lo bien que se lo iba a pasar, se disponía a entrar a un guateque súper chuli y divertido organizado por sus amigachos.

A lo que íbamos (y a lo que acabamos yendo), los cinco de la fama, o sea, The Famous Five: Inma, Mayte, Estrella, José Antonio y Menda, más los tres perrillos, que atienden por Nala, Rulo y Moli, nos repartimos en dos coches y salimos dirección a la Alfaguara, Sierra de Huétor. Tras media hora de curvas y dejando atrás Fuente Grande o de las Lágrimas o de Aynadamar, aparcamos junto al campamento que fue en su día azul-mahón del Frente de Juventudes y más tarde pardo-beige de la OJE (¡vale quien sirve!, era su lema). Este campamento ahora está cerrado y sin uso, y hace mucho tiempo que dejaron de turbar el silencio serrano caralsoles, prietaslasfilas, montañasnevadas y otras bizarras coplillas, pero conoció épocas de mucha actividad, sobre todo en verano, y tras su empalizada quedaron imbuidas de doctrina nacionalsindicalista varias generaciones de mozalbetes penibéticos por el Imperio hacia Dios. Hemos venido hasta aquí para ver algunos de los abundantes rastros que dejó en esta sierra esa locura homicida que conocemos como Guerra Civil. Visitaremos varias trincheras, todas construidas por los sublevados en esta zona por acabarse aquí mismo sus dominios.

Enseguida empezamos la caminata, dando unos primeros pasos por un repechón de los que dejan sin resuello, aunque no demasiado largo, que entre tupido follaje nos conduce a la primera de las fortificaciones que visitaremos en esta mañana a ratos soleada y a ratos nublada, pero de magnífica temperatura para la cosa caminadora. He estado miles de veces en la Alfaguara, pero es la primera vez que pongo un pie en este concreto lugar escondido, un reducido recinto hormigonado, apenas un puesto de tirador-vigía completamente rodeado de maleza. Me parece, no estoy seguro, que es conocido como trincheras de los Arquillos. Las espléndidas vistas abarcan todo el cresterío de Sierra Nevada, con rastros evidentes de deshielo, y llama la atención el Veleta, que desde este ángulo ha perdido su inclinación hacia la izquierda y se le insolentan comiéndole el terreno otras cúspides serranas como el Cerro de los Machos, y no es tan fácilmente reconocible.

Unas cuantas fotos de rigor y después emprendemos el descenso hacia una amplia pista, por la que, llaneando apenas cuatrocientos metros, llegamos a un lugar que para servidor resulta todo un filón en lo que se refiere a esa cosa que me chifla y que es la historia reciente de Granada: estamos ante lo que queda del que fue sanatorio antituberculoso de la Alfaguara, o sanatorio de Berta, inaugurado en mayo de 1923, el primero de estas características que existió en Granada. La última vez que estuve por estos andurriales, hace más de diez años, sólo quedaba de la construcción un montón de cascajos, pero la autoridad del Parque Natural de la Sierra de Huétor en 2021 ha desescombrado todo el conjunto y ha consolidado los muros y adecentado todo el lugar, por lo que ahora ofrece un buen aspecto y, aunque el edificio tuvo dos plantas y sólo ha quedado una, es fácil hacerse una idea de lo que fue. Además, hasta tres paneles informativos, con fotos de su tiempo, lo explican todo.

Fue su impulsora y alma mater Berta Wilhelmi, mujer alemana de armas tomar adelantada a su tiempo, feminista luchadora por la igualdad de derechos entre hombre y mujer. Había perdido a un hermano, víctima de “la peste blanca”, la tuberculosis, enfermedad mortal hasta que se comercializó la estreptomicina, ya bien avanzada la década de los cuarenta. Hasta ese momento casi la única cura o alivio para los tísicos era el reposo en altura y la buena alimentación. Doña Berta, tras laboriosas gestiones, fundó un patronato antituberculoso en colaboración con los doctores Alejandro Otero y José Blasco Reta, y encontró apoyo en el Ayuntamiento de Alfacar, que cedió tres hectáreas de terreno a 1.500 metros de altitud, entre pinos y protegido de los vientos del norte, y así nació este sanatorio con capacidad para veinticuatro enfermos, mitad hombres, mitad mujeres, en el que no se cobraba nada a quienes no podían costear el tratamiento. Durante la Guerra Civil los enfermos fueron evacuados y las instalaciones sirvieron como puesto de mando y cuartel general para los muchos militares del bando sublevado que pulularon por esta zona.

Los Wilhelmi eran una familia alemana que llegó a Granada en 1870, cuando nuestra Berta contaba sólo 12 añitos. Su padre montó la fábrica de papel “El Blanqueo”, en la carretera de la Sierra, poco antes de llegar a Pinos-Genil, a orillas del río Aguas Blancas, una industria que acabaría heredando Berta. Además de dedicarse a sus negocios, Berta Wilhelmi Henrich hizo de la filantropía profesión de fe y dedicó casi toda su vida a la asistencia al prójimo desvalido, aunque alejada de toda connotación religiosa, dotando escuelas y bibliotecas en Pinos y organizando colonias de verano en Almuñécar para niños sin recursos. Un hijo suyo, Luis Dávila-Ponce de León Wilhelmi, ingeniero y aviador, da nombre desde 1925 al aeródromo de Armilla, del que fue a su vez su principal impulsor y constructor en 1921. Precisamente, en este aeródromo perdió la vida al estrellarse con su Bristol en abril de 1925. Hay otro recuerdo de los Wilhelmi bien a la vista, es el pilar que está en la esquina de la Normal con el Triunfo, rescatado de la casa familiar en el Paseo de la Bomba, hoy desaparecida.

Últimamente también los amantes de lo paranormal han encontrado filón en las ruinas del sanatorio de la Alfaguara, que son (o eran, puesto que ya no es tan fácil el acceso al interior) escenario de sicofonías y otras zarandajas espiritistas por el estilo, y afirman todo serios que por aquí hay innumerables almas en pena deseando comunicarse con los vivos, entre ellas el mismísimo fantasma de doña Berta. Incluso Íker Jiménez encontró aquí materia para uno de sus programillas de los domingos en la 4.

Continuamos nuestro periplo y al poco iniciamos la subida al que (creo) se llama Cerro de la Encina, para visitar una nueva fortificación guerrera. El GPS de José Antonio no da exactamente con la tecla, pero encontramos un claro en llano entre los abundantes árboles, mullido de verde, muy agradable y retirado de todas las rutas, y aprovechamos para hacer un alto y echarnos algo al coleto. Aquí asistimos a lo que pudo ser un bonito romance amoroso, pero quedó en nada: el perrillo, Rulo, de la camarada Estrella, no para de insinuarse cariñosamente a la perrilla Nala, de la camarada Inma, que lo supera en tamaño y edad y no acede a los requerimientos apasionados de Rulo, por más que éste insiste. El pobre Rulo, apenas un palmo de bulto, negro y sin pedigrí, no es precisamente la imagen tópica del ligón perruno, pero no cesa en su asedio sin arredrarse ante las dentelladas que le lanza la veterana Nala. Estando en éstas, Inma se aparta para visitar al señor Roca y en el camino tropieza con la trinchera que buscábamos, que está en un lugar realmente escondido, y a su reclamo acudimos todos subiendo una pequeña loma coronada por otro mini fuerte de hormigón que tiene en su parte más alta una especie de bañera en piedra que (digo yo) sería utilizado como puesto de observación, y que también goza de amplias vistas.

Después hemos bajado, hemos subido, hemos andado por veredas y por pistas, hemos estado en otros dos sitios de trincheras, no me preguntéis sus nombres porque no los sé, aunque destaco uno de ellos en el que hay un nido de ametralladoras, un pequeño búnker, perfectamente conservado. Y como remate, el puesto guerrero más grande de los que hemos pisado, que está en lo que llaman Llanos del Fraile, en la parte que pertenece a la Sierra de la Yedra, dominando el valle del río Fardes y con el Peñón de la Mata a tiro de Piedra. Formando parte de esta trinchera hay algo curioso, un pasadizo estrecho por el que los muy gordos no caben, que no tendrá más de diez metros de longitud, pero está lleno de revueltas y ángulos en 90 grados y resulta divertido entrar por una puerta y salir por la otra caminando en la más impenetrable tiniebla; nadie sabe cuál era la función de esta especie de tubo de la risa bélico, pero yo me atrevo a aventurar que era utilizado como polvorín para tener a buen recaudo municiones y explosivos.

Ya sólo nos queda volver al punto de partida a lo largo de una pista amplia, y cuando son las 13,30 arribamos al campamento y al restaurante La Alfaguara, situado al lado mismo. Cervecilla con tapa es lo que se tercia y en ello estamos cuando los ocupantes de un autobús que ha venido desde el pueblo malagueño de Alameda para conocer las trincheras, llegan en grupo y ocupan casi toda la terraza, y meten al único camarero en el apuré (término del argot camareril que designa la situación, tan cotidiana en el oficio, en la que quien tiene que atender no da abasto por haber entrado de golpe mucho personal). No tiene la cosa mayor importancia, así que una segunda ronda con tapa de migas pone punto y final a esta tenida. Abordamos los coches y tiramos hacia el pueblo de Alfacar, al que despedimos justo en la rotonda en la que se ha construido un monumento al mayor éxito de Alfacar y del que tan orgullosísimos están los lugareños: campeones nacionales de Gran Prix.

Como ya he dicho, yo he estado cientos de veces en la Sierra de Huétor, pero gracias a José Antonio y sus elaboradas rutas, he conocido sitios que ni sabía que existían. Gracias. Éramos muy pocos, sí, y casi la mitad eran cuadrúpedos, pero a fe que ha sido una jornada inolvidable de temperatura ideal y plena de magníficas panorámicas y de risas y extraordinaria simpatía entre los presentes. Os quiero.

Apunte histórico. La guerra 1936-39 es por todos conocida como Guerra Civil, así, como si fuera la única que ha habido. Pero, las guerras civiles, o sea, esa demencia asesina en la que padres disparan contra hijos y hermanos contra hermanos, matándose entre ellos y arruinando la casa común, son en la historia de España casi una constante. Ésta a la que nos referimos es por ahora la última y es de desear que también sea la definitiva. Fue, como todos sabemos, muy destructiva, aunque la represión en las retaguardias causó más muertes que las acciones estrictamente militares.

Por lo que se refiere a Granada capital, al no constituir nuestra tierra un punto relevante estratégicamente hablando, se puede decir que la guerra aquí apenas se notó. Sólo al principio de desencadenarse, verano de 1936, hubo algún bombardeo aéreo con muy pocas víctimas y escasos daños, y se encontró sitiada la ciudad y amenazada de ocupación. Porque en la capital y su entorno se impusieron los facciosos, pero el resto de la provincia, así como las tres vecinas permanecieron leales al gobierno legítimo de la República, de manera que Granada y su Vega constituyeron una isla en territorio hostil. Fue en esos primeros momentos de la contienda cuando se construyeron las numerosas fortificaciones y trincheras que jalonan la Sierra de Huétor y otros puntos de las cercanías de Granada.

Por esta zona de la Sierra de Huétor, así como por la de Sierra Nevada era por donde más se temía que podían llegar las columnas de milicianos procedentes de Guadix o de Motril dispuestos a tomar Granada y organizar una escabechina de derechistas, de ahí que ambas fueran especialmente reforzadas para la defensa de la plaza. Además, se buscaba vigilar estrechamente la cercana fábrica de pólvora de El Fargue para evitar su pérdida. Al otro lado del valle del Fardes estaban ya los del otro bando y fue en esta zona donde quizá más combates sangrientos se libraron, especialmente en el Peñón de la Mata, que cambio de manos al menos tres veces en los tres años que duró la guerra. Pero las batallas decisivas de la Guerra Civil se libraron a cientos de kilómetros de estos pagos y la mayor parte de lo que duró, muy pocos tiros se dispararon aquí.

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