De Granada a Quentar: Camino Mozarabe

Sábado, 26 de  Abril de 2025
Crónica: José Luis –    Entra y disfruta de la experiencia vivida.

(Loli, José Luis, Naxo, Rafi, Carmen, Reyes, Inma Carmen, M. Luz, Eva, Mercedes, Acacio, Mati, Mariano, Inma, Ana, Joaquín, Antonio, Ángel, Manolo, Kika…)

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DE GRANADA A QUÉNTAR POR EL CAMINO MOZÁRABE

              Cual prosista del romanticismo, empuño la péndola y me pongo a escribir en un papel y a la luz de un par de velones facilitados por mi costilla (mi costumbre, que diría Unamuno). Miro por la ventana y en lugar de contemplar la efervescencia lumínica de la cercana urbe, como cada noche, sólo atisbo algunas lucecillas lejanas. ¿A qué insondable sima habrán ido a parar los malditos 15 GW desaparecidos y que súbitamente han convertido nuestro mullido confort en un sinvivir de lloros y crujir de dientes? ¿Quién o qué es el responsable del lambreazo causante de esta cruel e inmensa ansiedad que acongojó al carpetovetonismo militante por un larguísimo día? ¿Será cosa del maquiavélico Putin? ¿Quizá de los israelíes, mosqueados porque no hemos querido comprarles una partida de las balas que a ellos les sobran para masacrar a sus vecinos?… Tal vez lo único que ocurrió fue que unos redivivos Pepe Gotera y Otilio tocaron el cable que no debían y fundieron los plomos patrios. En fin…

              Pero lo que quiero contar nada tiene que ver con oscuridades ni zozobras, al contrario, trataré de transmitir las bonitas y luminosas sensaciones disfrutadas por la veintena de audaces y audazas andarines y andarinas el sábado 26 de abril de 2025, dos días antes del que ya es para la historia el mayor apagón que sufrió nunca la Piel de Toro (por el momento, claro).

La cita esta vez era en un sitio tan monumental como la Plaza de Santa Ana, a la vera de la preciosa iglesia mudéjar donde reposan los restos del negro Juan Latino, liberto y doctor eximio del renacimiento español, y delante del barroco Pilar del Toro o de los Almizcleros, atribuido a la escuela de Diego de Siloé. Justo detrás del pilar, que es una de las numerosas fuentes viajeras de Granada, se encuentra la casa de Antonio Gallego Burín, el responsable de que esta obra de arte fuera trasladada desde su emplazamiento original, en la esquina de Elvira con Calderería Nueva, hasta el sitio que ocupa en la actualidad.

Nuestro objetivo andariego se encuentra en el pueblecillo de Quéntar, a unos 18 kilómetros desde donde partimos, y se corresponde, en sentido inverso, con la novena etapa del llamado Camino de Santiago Mozárabe, que partiendo de Almería llega a Granada para continuar después hacia Córdoba y la Vía de la Plata. Por esta razón, en todo nuestro periplo veremos en abundancia las conocidas flechas amarillas así como los mojones (con perdón) que indican al peregrino el camino correcto, aunque, claro, invariablemente señalarán la dirección contraria a la que nosotros llevamos.

A eso de la 8,30 emprendemos la marcha a pie por una casi desierta Carrera del Darro que por lo temprano de la hora se ve libre del incesante discurrir de taxis, furgonetas de reparto, microbuses y hasta trenecillos acaparando el poco espacio disponible, así como de los tropecientos mil turistas que habitualmente la recorren. La que es considerada la calle más bonita de España nunca defrauda, con sus casas nobles del primer tramo adornadas con trampantojos y con sus espectaculares farallones que coronan las torres del más universal conjunto monumental español. El modesto pero bravo Darro ya no es la playa de los gatos que hasta hace poco fue; ni un solo minino habita ya entre su abundante vegetación de ribera. Tampoco el Paseo de los Tristes es todavía el hervidero de personal foráneo en que sin duda se convertirá pocas horas después en este sábado de temperatura templada.

Seguimos por la Cuesta del Chapiz, que debe su nombre al morisco Lorenzo el Chapiz, quien en el siglo XVI fue el constructor y dueño de la casa que hoy es sede de la Escuela de Estudios Árabes, de la que fue desposeído como castigo por participar en la rebelión de 1568. La casa del Chapiz es la construcción morisca más grande y mejor conservada de cuantas existen en Granada gracias a que fue adquirida por el Estado y en 1932 se le dio el uso actual, y gracias también a la sabia labor restauradora del que entonces era arquitecto conservador de la Alhambra, Leopoldo Torres Balbás.

En el Peso de la Harina, cuyo centro lo ocupa la poca artística efigie de Chorrojumo, doblamos a la derecha y nos adentramos por el Camino del Monte en el renombrado valle de Valparaíso. En la primera mitad de los setenta, esta calle en cornisa de singulares perspectivas alhambreñas, cada finde en cuanto se ponía el sol se veía abarrotada de personal penibético en busca de parranda beoda. Cada metro cuadrado de cueva cañí era por aquellos años aprovechado para la cosa del trasiego alcohólico. El Camino del Monte era la principal zona de marcha de la ciudad hasta que en 1975 un sangriento suceso, la muerte por apuñalamiento de un taxista, significó que de un día para otro dejara la gente de subir en manada y los múltiples bares y discotecas se vieran obligados a cerrar. El Sacromonte periclitó así como zona de ocio y Pedro Antonio de Alarcón tomó el relevo poco después y pasó a centralizar la movida granatensis.

Pasamos después junto al arco de entrada para coches a la abadía sacromontana, que luce en su dintel una estrella de David. En los años duros de la primera posguerra, cuando Franco era colega del Führer, los medios granadinos en reportajes sobre la abadía esquivaban mencionar el nombre de ese símbolo judío, se referían a éste diciendo que se trataba de dos triángulos equiláteros enlazados. Por lo visto, aquellos plumillas tan imbuidos de las doctrinas nacionalcatólicas y nacionalsindicalistas ignoraban que la Estrella de David no sólo simboliza el judaísmo, también es un símbolo del cristianismo y representa la unión de lo divino y lo humano y es a la vez un recordatorio de las raíces espirituales del cristianismo en el Dios de Israel (sin Wikipedia no somos nada). La Estrella de David también es conocida como Sello de Salomón y representa la sabiduría, y como tal es reproducida en muros y puertas de la Abadía del Sacromonte, puesto que en este centro se impartían enseñanzas jurídicas y teológicas.

Poco después pasamos ante La Pulga, que en su tiempo fue uno de los ventorros preferidos por los granaínos para su solaz dominguero, famoso por sus abundantes raciones de pollo frito, hoy cerrado y abandonado desde hace ya varias décadas.

Acto seguido, avanzamos por el Camino de Beas, que fue en lejanos tiempos el principal acceso a Guadix, y llegamos a una intersección que, a la derecha, nos conduce a la misma orilla del Darro, que cruzamos por un pequeño puente para seguir por la margen izquierda un camino en el que abunda la vegetación y una agradable sombra. Volvemos a cruzar el río Darro y tras remontar un repecho entre olivos arribamos a las ruinas de lo que fue el cenobio jesuita de Jesús del Valle. Sus primeras construcciones datan del siglo XVI y fue una hacienda agropecuaria que disponía de molino, almazara, lagar y caballerizas, además de una amplia zona para residencia y recreo de los clérigos. Hace la intemerata, menos de diez años tenía menda, estuve de excursión en este lugar, cuando todavía era habitado y estaba lleno de vida. Recuerdo un amplio y bonito patio porticado interior y un manantial de agua fresquísima que brotaba en un lateral de la casa principal. En la actualidad todo es pura ruina y su declaración oficial como Bien de Interés Cultural no ha impedido que los listos de turno hayan expoliado hasta las baldosas de barro cocido con que estaba en buena parte pavimentado. Una pena.

Ahora viene una cuesta no muy larga por una pista ancha que nos conduce a un altozano a los pies del Cerro del Sol sobre el que se ha construido recientemente un techadillo y dos o tres bancos, y que constituye un hermoso balcón a Sierra Nevada y a los valles del Genil y del Darro. Es un cruce de caminos del que parten las sendas que por la derecha llevan al Llano de la Perdiz y a las urbanizaciones más altas del pueblo de Cenes. Abandonamos así Valparaíso y escogemos el sendero del centro, dirección Dúdar.

Hasta hace pocos años se podía hacer esta misma ruta atravesando las tierras del cortijo de Belén, visitando la ermita del Cristo del Almecín, pero, cosas de la masificación de caminantes y bicicletantes, los dueños de esas tierras las han cerrado con vallas y candados y ahora hay que seguir un camino que bordea el cortijo y que recibe el nombre de vereda del Barranco del Abogado. Es un sendero fácil de andar que va superando pequeñas lomas y en el que gozamos de amplísimas panorámicas de Sierra Nevada, aunque formaciones nubosas sobre el macizo restan esplendor a la contemplación. A nuestras espaldas queda todo el cañón del río Darro y a lo lejos se divisa la Abadía del Sacromonte y, parcialmente, el Albaicín.

En descenso paulatino llegamos a un conjunto de edificaciones que llaman poderosamente la atención. Se trata de una hilera en curva de noventa grados formada por una decena de robustos pilares cuadrados de mampostería y de aproximadamente tres metros de lado y diez de altura, con otros diez metros de separación entre ellos, que son los restos de una obra de ingeniería hidráulica que formaba parte del que llaman Canal de los Franceses. Son las torres, lo único que queda, de un acueducto. Conjuntando los caudales del río de Beas y el arroyo Almecín con las del río Aguas Blancas y mediante un gran sifón que sirviera para salvar el profundo barranco, todo complementado con numerosos túneles y canalizaciones, una compañía de capital francés levantó este acueducto a finales del siglo XIX con el fin de allegar la cantidad de agua suficiente a la ladera del Cerro del Sol para, por el sistema de ruina montium de los romanos, extraer el oro que esas tierras guardan en sus entrañas. Poco tiempo duró la aventura aurífera franchute porque el valor de lo extraído no cubría los costes, pero a cambio nos dejaron este singular estonenge a la penibética cuya contemplación bien merece el esfuerzo de llegar hasta aquí, así como algunas otras notables construcciones en la Lancha de Cenes, junto al santuario de la Virgen de Fátima, que están pidiendo a gritos obras de consolidación como integrantes del patrimonio industrial y minero granatensis, antes de que se vengan abajo del todo.

A continuación viene una pronunciada bajada que nos conduce al pueblecillo de Dúdar. Ya sólo nos quedan unos tres kilómetros para llegar a nuestro destino final, pero antes, por una cuesta que conduce al cementerio de la localidad, nos desplazamos a visitar otra preciosa obra de ingeniería hidráulica que en este pueblo se encuentra y que es desconocida para la mayoría de los granadinos. Se trata de otro acueducto que forma parte del Canal de los Franceses y que salva el Barranco de Dúdar o de Fiñana. Se le conoce como puente de los Arquillos y está construido en dos niveles, resultando muy fotogénico. Sobre el nivel superior caminamos y nos hacemos abundantes fotos.

Volvemos a Dúdar y tras cruzar el río Aguas Blancas se produce un camaleonato en forma de despiste y emprendemos una subida por una cuesta empinadísima. Pronto advertimos que por ahí no es, no se ve ninguna flecha amarilla, así que damos media vuelta y volvemos abajo para continuar por la orilla del río atravesando numerosos campos de cultivo que nos conducen a nuestra meta, el pueblo de Quéntar, adonde arribamos a eso de las dos de la tarde.

En la plaza principal llama la atención un mini castillo en piedra y cemento que los quentareños han construido con carácter estable y que es utilizado cada 12 de octubre para las representaciones de moros y cristianos en sus fiestas patronales.

Andando poco trecho llegamos al bar Perico para el sagrado ritual cervecil con que solemos rematar nuestras escapadas andariegas. Sentados en su amplia terraza y gozando de una deliciosa brisa suave, damos cuenta de buenas tapas y raciones servidas con generosidad. La vuelta a Granada la hacemos en el autobús de línea.

Otra salida estupenda, llena de parajes sorprendentes y cargados de historia. El día, de temperatura templada, ha sido maravilloso, como maravillosa resulta siempre vuestra compañía. Os quiero.

Como apunte histórico y para cerrar esta ya quizá demasiado larga reseña, me voy a referir al famoso oro aluvial granadino. Sabido es que el Darro arrastra pequeñas partículas de oro y que desde antiguo existieron diversas iniciativas para extraer el precioso mineral. Hasta no hace demasiados años todavía podía verse en sus orillas a gentes dedicadas a la paciente tarea de cernir sus arenas en busca del polvillo dorado. El Genil es también un río aurífero, o por tal se ha tenido. Pero la veta principal -dicen-se encuentra en la colina del Cerro del Sol, donde sí que en distintas épocas y por distintos métodos se ha intentado su explotación a gran escala, como la de los franceses a finales del XIX (la última por ahora), casi todas de efímera duración porque el oro así conseguido era tan escaso que no resultaba rentable.

No obstante, se pueden citar históricamente varios ejemplos de joyas confeccionadas con oro granadino. De oro del Darro era la corona que le fue ofrecida como regalo a José Zorrilla al ser proclamado como primer vate nacional durante las fiestas del Corpus de 1889, a iniciativa del Liceo de Granada. Así mismo, de oro del Darro era la corona regalada por la ciudad a Isabel de Portugal en 1526, reina consorte y esposa de Carlos V, cuando ambos vinieron a nuestra tierra en viaje de novios. La misma procedencia tenía una diadema regalada a la reina Isabel II por la Universidad durante su visita a Granada en 1862. Por último, de oro penibético estaban confeccionados los famosos “excelentes granadinos”, o sea, las monedas de ducado que acuñaron los Reyes Católicos y que tuvieron curso legal en la España de los siglos XVI y XVII.

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