Sábado, 14 de Junio de 2025
Crónica: José Luis – Entra y disfruta de la experiencia vivida.
(Mª Carmen, José Luis, Loli, Mayte, Inma, Ana, Luis)
HOYA DE LA MORA-LAGUNILLOS DE LA VIRGEN
Fuera del calendario 2025 de la egregia Peña Andarina, suspendidas sus actividades puesto que ya los calores africanos se han instalado por estos andurriales, para matar el gusanillo andariego el camarada Luis propuso una salida muy a propósito en época de deshielo, una subida a nuestra Sierra Nevada con visita a sitios abundantes en aguas cristalinas. Íbamos a subir hasta los Lagunillos de la Virgen para desde allí bajar hasta el Lagunillo Misterioso y a las Chorreras del Molinillo. Pero las eventualidades meteorológicas forzaron sobre la marcha el cambio de planes.
La cita era a las 8,45 el sábado 14 de junio de 2025 en donde siempre, la rotonda del Tío Oxidao, y a la misma acudimos sólo siete osados peñistas (Luis, Inma, Loli, Mari Carmen, Mayte, Ana y menda lerenda) que acomodados en tres coches tomamos el camino de la sierra. Por la carretera más alta de Europa, que concluyó en 1935 el ingeniero Santa Cruz, sólo un año antes de que se le recompensara con el paredón, parece que se está disputando una etapa de alguna prueba ciclista porque bizarros y bizarras pedalistas la ocupan por docenas.
De igual modo, la cuestión del aparcamiento en la Hoya de la Mora está peliaguda a las diez de la mañana que son ya. En las inmediaciones del Albergue Universitario una amable mozuela nos conmina a no dejar allí nuestro humilde Polillo porque se espera que afluya a lo largo de la mañana abundante personal con reserva. Hay que buscarse algún roalillo donde el vehículo no estorbe y esté a salvo de grúas y otras contingencias, y hallado tal mirlo blanco ponemos pie a tierra.
¡Lavín compae, el vendaval que hace en estas alturas! Un ventarrón de Berbería (saloc o xaloc) arrebataboinas y arrebataideas nos da la bienvenida (más bien la malvenida). Es un surazo frío bastante desagradable. Por rachas te empuja y te zarandea. Y todo bajo un cielo ceniciento y una atmósfera espesa dominada por la calima que nos roba el panorama de Granada y su vega allá abajo, en lontananza. No es desde luego la mejor tramoya para la representación que está en nuestras intenciones. Pero nada desanima a la mini tropa andarina, así que todos echamos mano de nuestros petates, de donde sacamos distintas prendas de abrigo y sin más enfilamos el camino señalado con una flecha que indica que por ahí se va al Veleta.
Sube que sube, con la dificultad añadida del ciclón en plenos morros, que entorpece bastante la ascensión, pronto llegamos a la meseta donde se levanta desde 1968 el monumento a la Virgen de las Nieves, patrona de los penibetistas. El monumento se sustenta sobre un pedestal de seis metros de altura por cuatro de ancho, fabricado apilando lascas de pizarra, tan abundantes en toda la sierra, y presenta cuatro caras abiertas y rematadas por un arco apuntado. En su base hay una mesa de piedra que sirve como altar para celebraciones religiosas. Encima del pedestal está la imagen blanca de la Virgen de las Nieves, de tres metros de altura, fundida en aluminio. Su autor, el escultor granadino Francisco López Burgos, quiso representar un remolino de nieve que abriga y da cobijo a la santa y al niño que sostiene en sus brazos.
En la base del monumento descansamos un ratillo y, estando en éstas, la camarada Ana se ve obligada a salir pitando detrás de su gorra, que juguete del viento es. Su carrera resulta exitosa gracias a un montón de piedras al borde mismo del precipicio que hacen de providencial parapeto e impiden la pérdida total de su tocado, aunque no de la parte salvapescuezos del mismo, que debe andar ahora a la altura de Carchelejo o por ahí.
A nuestra izquierda, separado por un barranco y casi a la misma altitud a la que nos encontramos, 2.600 msnm, se ve una construcción singular. Es una casa rematada por una cúpula semiesférica preparada para que por el canalillo que la divide en dos emerja un telescopio o similar para observación del firmamento. Es el que fue observatorio del Mojón (o Mohón) del Trigo, que es el nombre del cerro sobre el que se levanta, hoy abandonado pero que funcionó entre 1968 y 1981, al quedar obsoleto y ser sustituido por el observatorio de Borreguiles, 300 metros más arriba, por cuyas cercanías pasaremos más adelante.
Reemprendemos la marcha cuesta arriba, nuevamente con la gran molestia del huracán en pleno rostro. Es en momentos así cuando uno se pregunta que pinta en este ingrato fregao, pudiendo estar a la bartola o en remojo. Ninguno dice nada (tampoco nos hubiéramos enterado los demás porque la galerna hace que ni gritando te oiga quien está a tu lado), pero seguramente por las meninges de cada quisque cruza la idea de dar media vuelta y dejar la aventura serrana para mejor ocasión. Pero seguimos adelante dale que te pego contra viento (literal) y marea y llegamos a la bifurcación que a la derecha nos va a llevar a la zona de Borreguiles.
A partir de aquí y durante un kilómetro más o menos el camino es llano hasta el valle del río Monachil, que nace poco más arriba de donde nos encontramos y viene bastante caudaloso pero puede cruzarse por una pasarela de madera muy deteriorada. Estamos en terrenos de la pista del Río y pronto llegamos a Borreguiles y a la zona para esquiadores principiantes. Distintos remontes inactivos parten de este lugar o tienen aquí su final, y se ven por doquier cañones de nieve. Más adelante llegamos a la que llaman pista del Mar, un área adornada de grandes y sonrientes figuras confeccionadas en fibra de vidrio que parecen personajes de Disney, todas de temática marina (un bucanero, un pulpo, un caballito de mar, una tortuga, una foca…) y han sido colocados para deleite de la gente más joven que acude a este lugar a iniciarse en eso de deslizarse sobre dos tablas. También vemos, a la derecha del camino por el que transitamos, la semicircunferencia de un tubo como de tres metros de altura, cuatro de ancho y diez de largo que representa las fauces de un enorme tiburón, ahí puesto para que la gente menuda se divierta atravesándolo a toda pastilla.
El airazo no da tregua ni un solo momento, pero seguimos adelante, ahora abordando una trabajosa subida. A nuestra derecha se ve imponente el radiotelescopio de la Loma de Dílar, que así se llama la divisoria de los ríos Monachil y Dílar por la que ascendemos. Es el observatorio IRAM Pico Veleta, en funcionamiento desde 1985, con su gigantesca antena-paellera de 30 metros de diámetro y 40 de altura para la observación y estudio de las microondas o radiación cósmica de fondo, o sea, en
lenguaje profano, el zumbido que produce el universo en expansión desde el Big Bang hasta ahora mismo. Sobre otra loma cercana y a poca más altura está el observatorio de Borreguiles u Observatorio de Sierra Nevada, una construcción pintada de blanco que recuerda bastante al que ya vimos en el Mojón del Trigo, al que sustituyó en 1981, pero que cuenta con dos cúpulas, o sea, dos súper telescopios. Pertenece al Instituto de Astrofísica de Andalucía y es el observatorio astronómico situado a mayor altura de toda Europa (2.900 msnm).
Ya hemos llegado a la divisoria de las cuencas de Monachil y Dílar. Si hasta aquí el ventarrón era zarandeante, en este punto sopla con tal fuerza que parece que una mano demoníaca te empuja hacia el abismo. Estamos en el collado de las Yeguas, superando ya o casi los 2.900 metros de altitud, y a partir de este momento empezamos a ver grandes neveros y borreguiles poblados por el endemismo botánico más característico de Sierra Nevada, la estrella de las nieves (plantago nivalis), la planta del amor eterno porque parece que nunca se marchita, y también por las florecillas azul turquesa de la genciana. Cruzamos el recién nacido río Dílar, apenas un arroyo que se salva con un salto, y subiendo algo más estamos ya en la orilla de un lugar emblemático en la sierra, la Laguna de las Yeguas, que tiene una longitud de orilla a orilla de unos cien metros por su parte más ancha y una forma circular. Es la más popular de cuantas existen en la sierra y una de las de mayor extensión, y fue desde antiguo el lugar preferido para acampadas y pruebas deportivas, por ejemplo, natación. En agosto de 1934 se verificó la I Travesía de esta laguna, organizada por la extinta Sociedad Alpinista Granadina. En 1948 volvió a celebrarse, con participación de diez nadadores, y ganó un señor llamado Ángel García Martínez, que invirtió en el recorrido de cien metros un minuto y cuatro segundos. En la crónica del evento que leo en Ideal pone que los nadadores se embadurnaron el cuerpo con grasa de caballo para poder soportar la gelidez de las aguas, a tres grados. En años sucesivos hubo más ediciones de esta prueba de natación, que se celebró anualmente hasta por lo menos la mitad de la década de los sesenta.
A la orilla de la bonita laguna hacemos un alto prolongado y damos cuenta de la frutilla y de un delicioso bizcocho casero, con chocolate y nueces, que generosamente nos ofrece nuestra Inma Andarina, hecho por su buena mano.
Volvemos a lo nuestro, que es el caminar, pero a partir de este punto seremos ya sólo seis los intrépidos e intrépidas andarines y andarinas porque Inma decide volverse para estar más tiempo con los suyos en vez de seguir por esos montes de Dios siendo azotada inmisericordemente por el huracán.
Ahora el camino vuelve a empinarse, pero no es demasiado larga la ascensión y pronto llegamos a los Lagunillos de la Virgen, muy cercanos a los 3.000 metros de altitud. Se trata de un conjunto de cinco pequeñas lagunas que alimentan los deshielos. Servidor ha estado en este mismo lugar por los menos seis veces antes de esta excursión, pero nunca lo vi tan lleno de nieve y tan precioso. Regatos por doquier, grandes neveros, cuevas de agua bajo el hielo, borreguiles repletos de florecillas… maravillas naturales maravillosas (valga la rebuznancia) se nos brindan a porrillo. Pero lo mejor que ofrecen estos pagos es que el ventarrón ha dejado de ser tal. Aquí donde estamos, bajo las
paredes de los Tajos de la Virgen y el Fraile de Capileira que nos protegen por el sur, ya no golpea el meteoro y la ventolera se ha convertido en suave brisa. Fotos y más fotos merece el extraordinario paraje y a ello se dedican con profusión los y las camaradas.
Como queda dicho, la intención primera era continuar la ruta bajando desde aquí al Lagunillo Misterioso y a las Chorreras del Molinillo, pero hemos invertido demasiado tiempo en llegar hasta los lagunillos por culpa del ciclón y lo incómoda que ha puesto la ruta, y como son ya las 13,30, decidimos volver al punto de partida e ir en busca de la cervecilla reparadora, así que tras un rato de disfrutar del lugar emprendemos la vuelta a los coches por el mismo camino que nos trajo. Ahora ha amainado el temporal y ya es mucho más agradable el discurrir serrano, incluso podemos aligerarnos de ropajes. Esta misma ruta (Hoya de la Mora-Lagunillos y vuelta) ya la hizo la peña hace menos de un año, el 28 de septiembre de 2024, también con escasa respuesta de peñistas.
En la terraza del hostal-restaurante Los Puentes, km 17 de la carretera de la Sierra, donde no hay un solo parroquiano, al fresquito damos cuenta del refrigerio pos-excursión, un ritual casi tan importante como la misma caminata. Tras trasegar varias rondas abordamos los coches y ponemos rumbo a Graná, donde arribamos a eso de las cinco de la tarde y somos recibidos con calor, pero no humano, sino con los 35,5 grados Celsius a la sombra que marca el termómetro.
Apunte histórico al canto. Según leo en el Ideal de 4 de agosto de 1935, en un artículo periodístico-histórico que lleva la firma de Asclepios (uno de los seudónimos que solía utilizar el doctor Fidel Fernández), cuenta la tradición que el beneficiado de Válor, reverendo Martín de Mérida, junto a un criado, caminaba desde su pueblo alpujarreño hacia Granada el 5 de agosto de 1717, festividad de la Virgen de las Nieves, cuando coronando la divisoria mediterráneo-atlántica por el Collado del Veleta, fue sorprendido por una tempestad que le hizo temer por su vida, pero sacerdote y ayudante fueron salvados por la Virgen de las Nieves, que se les apareció en tan amargo trance y les enseñó el camino a seguir hasta la Laguna de las Yeguas, escapando indemnes. En agradecimiento, el reverendo mandó construir a sus expensas una ermita a la Virgen de las Nieves al pie de lo que desde entonces se conoce en la sierra como Tajos de la Virgen, junto a los lagunillos del mismo nombre. Pero, claro, a esa altitud, los elementos serranos se encargaron muy pronto de reducir a ruinas lo construido más bien precariamente. Así que pocos años después se construyó una segunda ermita, ésta algo más abajo, junto al desagüe de la Laguna de las Yeguas. Pero pronto el hielo la destruyó igualmente. Ya en 1745 se construyó una tercera ermita a la Virgen de las Nieves (ex ermita actualmente), que es la que conocemos como Ermita Vieja, en el Picón del Savial, a bastante menos altitud que sus dos predecesoras. A finales del siglo XVIII, una cuarta, ya más grande y suntuosa, se convirtió en el actual Santuario de Nuestra Señora de las Nieves, situado a las afueras del pueblo de Dílar.
Esa historia de ruinas y mudanzas tiene un paralelismo con el monumento a la Virgen de las Nieves del Mojón del Trigo, que visitamos a la ida. Existió una primera imagen de la Virgen, también obra de Francisco López Burgos en 1954, que le valió el Premio Nacional de Escultura. Medía un metro y estaba esculpida en mármol blanco, y
tuvo su primer lugar de culto en la iglesia de San Antón, desde donde cada año el 5 de agosto era transportada a la cima del Veleta para la romería y misa que en el picacho se celebraba, y después volvía a San Antón. Así hasta que en diciembre de 1960 fue trasladada en trineo por montañeros nuevamente a la cima del Veleta, pero ahora con la intención de que permaneciera en dicho lugar, donde previamente se había levantado una peana en piedra, y allí fue depositada la talla. En lo alto del Veleta permaneció un par de años más o menos, pero, igual que ocurrió con las ermitas del beneficiado de Válor, los hielos y las ventiscas acabaron por destruirla por completo, y sus marmóreos restos fueron a parar al Corral del Veleta. En 1962 López Burgos se puso a la tarea de confeccionar otra imagen, que fue costeada por suscripción popular, pero ahora se eligió otro material más resistente, el aluminio, y otro emplazamiento más a cubierto de las inclemencias serranas. Y ése es el monumento actual, levantado en el otoño de 1968.
Temo que no vamos a volver a vernos hasta dentro de tres meses. Pues que paséis superior la canícula y no sudéis demasiado. Besos. Nos vemos.