Sábado, 12 de Marzo de 2024
Crónica: José Luis – Entra y disfruta de la experiencia vivida.
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Fotos de Peña Andarina
Video Realizado por Naxo
DESCRIPCIÓN DE LA SALIDA
BADLANDS DEL NEGRATÍN-BARRANCO DEL JARQUE
El sábado 2 de marzo de 2024, una expedición formada por veinte gallardos y gallardas andarines y andarinas (y también una gallarda perrilla, minúscula como ella sola, que responde al nombre de Quica y es de la camarada Mariluz, que ya es veterana en este tipo de movidas), a las 8,40 partió desde donde es costumbre en un Palma Auñón pequeño (pequeñísimo, estrechísimo) camino del norte de la provincia, A-92 adelante con desvío en Guadix hacia la antigua Nacional 342, hoy A-92N. Nuestro destino era el Geoparque de Granada. Es uno de los 195 geoparques mundiales de la Unesco, o sea, un espacio de relevancia geológica internacional. Se extiende desde Guadix hasta Puebla de don Fadrique, así que ocupa casi todo el cuerno noreste de la caprichosa forma de nuestra provincia. Desde 2020 está incluido en la Red de Geoparques Europeos.
En El Romeral, que pertenece a Baza, abandonamos la autovía y enfilamos una carretera secundaria en dirección a Bácor-Olivar, anejos de Guadix, pasando cerca de Freila. Transitando por esta vía, un enorme jabalí marrón oscuro sale de improviso de entre la maleza y cruza ufano la carretera a pocos metros de nuestro transporte infantil. Poco trecho después atravesamos la presa del Embalse del Negratín (o Negretín), que es el cuarto más grande de Andalucía y se forma con las aguas del río Guadiana Menor, toda una isla húmeda en medio de la inmensidad de estas tierras tan áridas.
Tres o cuatro kilómetros después y tras una curva a la izquierda de 180 grados nos internamos por un camino muy estrecho y llegamos al punto donde toca apearse y comenzar la caminata propiamente dicha. Este lugar se conoce con el nombre de Cuevas de Pinomojón (con perdón), un pequeño alojamiento rural de casas-cueva en el término municipal de Cuevas del Campo. Partimos rumbo norte.
Hace cierta rasca y está nublado, pero no parece que vaya a llover. El paisaje está dominado por las tierras arcillosas que conforman toda la región, y la vegetación es escasa. Cercano a donde nos encontramos, por la derecha, se ve el impresionante promontorio del cerro Jabalcón y a sus pies el pueblo de Zújar. A nuestra espalda, lejos, queda Sierra Nevada, con abundante nieve por fin, soleada bajo un manto de nubes grises. De frente se ve la Sierra de Baza, salpicada de nieve a retazos. Y por nuestra izquierda, en la lejanía, vemos la también impresionante mole del cerro del Mencal, hacia la parte del pueblo de Pedro Martínez.
Estamos en medio de un secajal con todas sus letras, que se dice en granaíno castizo, aunque usamos más un palabro anglosajón: badlands, que significa eso mismo, malas tierras. Pero malas malísimas de verdad para la cosa agrícola. Ya lo vemos: sólo el esparto progresa por estos andurriales, aunque también se ven muchas otras plantas silvestres y algún que otro pino. Lo demás es desolación y desierto. Tierras arcillosas erosionadas por el agua y el viento a lo largo de millones de años componen el paisaje, que es lo que quedó del gran lago interior que existió en la depresión Guadix-Baza y que al retirarse las aguas dejaron sedimentos tales que los muchos cristales de yeso y alabastro en estructura laminar que encontraremos a cascoporro en nuestro caminar.
No hemos andado demasiado cuando llegamos a la colina que se conoce con el nombre de Puntal Blanco, desde donde el panorama reverdece y podemos contemplar campos cultivados en pequeñas superficies alomadas. Poco después tropezamos con la única dificultad de todo el camino: hay que bajar por un desnivel bastante pronunciado, aunque muy corto, y algunos recurren a la ancestral técnica del rastraculos para descender a una rambla seca que inmediatamente abandonamos por la otra vertiente a través de un declive también empinado, pero fácil.
Hasta aquí hemos alternado las cuestas arriba y abajo, ninguna de gran exigencia, pero a partir de ahora iniciamos un descenso prolongado que discurre en su mayor parte por el que llaman barranco o rambla del Jarque, donde está el sanctasanctórum de nuestra ruta referido a la cosa geológica. Es una garganta profunda entre impresionantes cortadas de tierra suelta o a punto de desmoronarse a derecha e izquierda, y un dédalo de mil cárcavas, simas y barrancos, en las que predomina el color gris blanquecino, pero que también nos alegra la vista con formaciones jamonísticas, por así decirlo, esto es, paredes entreveradas con vetas irregulares de tonos rojizos que contrastan con el blancusco de las laderas. Espectacular. También nos llama la atención el efecto que la lluvia ha producido en estas laderas, dejándolas a ratos como una especie de colmena escalonada a base de pequeños receptáculos.
El descenso por el barranco del Jarque nos lleva a lo que creo que es la que llaman rambla de la Matanza, a orillas del Guadiana Menor, una planicie donde una gran chopera, deshojada en esta época del año, nos indica que no todo en estos pagos es puro secano. A partir de aquí iniciamos el regreso al punto donde nos dejó el bus, que hacemos por una larga cuesta arriba que alterna con descansillos y que no se hace pesada.
Al filo de las dos y media de la tarde iniciamos el regreso. Pero no puede (no debe) faltar el refrigerio de rigor, por lo que hacemos una larga parada al borde de la carretera, en el restaurante y hotel rural Los Chaparros, que pertenece a Freila, donde trasegamos un par de rubias con su correspondiente tapa. Sobre las cuatro retomamos el microbús y después carretera y manta (y siesta), para llegar al Cubo sobre las cinco y media. Y pajaricos con su madre o lo que es lo mismo, cada mochuelo a su olivo.
Vaya por delante que servidor en cuestiones científicas no pasa de la condición de zote. O sea, ignorante, torpe y muy tardo en aprender. Siempre se me dieron muy mal todas las asignaturas de ciencias. Baste como muestra que, menda, a sus años, no sepa resolver cualquier problema matemático que exija un cálculo más complejo que el de la regla de tres simple. Y es que el que suscribe es de letras. Pero muy de letras. E impermeable por completo a todo lo que se estudia en esa facultad que está en la Avenida de Severo Ochoa. Con ese bagaje cienciológico, está muy claro que todo lo que uno pueda decir en materia geológica habrá que ponerlo en cuarentena, así que desde ya pido disculpas por los errores y hasta por los horrores en que pueda incurrir. Y es que esta excursión por tierras cuevacampereñas y freilenses, además de proporcionarnos paisajes bonitos y muy peculiares (y muy poco conocidos, al menos para éste que lo es), demanda una crónica en la que no falten ciertos pormenores relacionados con la composición y estructura del planeta Tierra en esta comarca del noreste provincial. Es una lástima que por cuestiones de salud faltara el gran especialista en esa disciplina con el que cuenta la peña, que es el andarín Rafa, quien se habría sentido en su salsa y podría habernos dado una lección magistral sobre lo muchísimo que al respecto vimos y pisaron nuestros pinreles en la salida a los badlands.
Ya lo he dicho, mi ignorancia es mayúscula en las ciencias naturales, pero en la Red hay abundante material de donde copio, por ejemplo, que las ofitas, esos piedros verdosos que colorean algunos de los parajes por los que discurrimos, son rocas ígneas subvolcánicas que se forman primariamente durante la cristalización bajo la superficie de la Tierra, en condiciones de baja presión y temperatura moderada, lo que hace que su enfriamiento sea rápido, dando lugar a rocas ligeras. Tienen textura holocristalina, con tendencia panidiomorfa, inequigranular o porfídica, en general de grano fino medio. Así mismo, tienen un grado 5 de dureza en la Escala Mohs, que va del 1 para el talco, el más flojucho, al 1.500 del diamante. Ahí queda esa parrafada en chino mandarín (para el que suscribe) o similar. No me atrevo a más incursiones geológicas por aquello de evitar meter la pata hasta el corvejón.
En otro orden de cosas, sabido es que el Guadalquivir nace en la Sierra de Cazorla, más concretamente en el término de Quesada, que es mi cuarto apellido y también la tierra de nuestra querida camarada Elena. Pero modernamente se pone en duda ese nacimiento quesadil. Hay al menos dos tesis que quieren arrebatarle el honor de ser la cuna del río grande de Andalucía. Una, radicada en La Mancha, en la Sierra de Alcaraz y el Campo de Montiel, Ciudad Real. Pero la principal oposición al origen quesadeño del Guadalquivir es almeriense y granadina. Según los defensores de esta tesis, las auténticas fuentes del Guadalquivir están en la comarca de los Vélez, en María, desde donde deriva un caudal que da origen al río Guadiana Menor y su amplia cuenca, que a su vez desemboca en el Guadalquivir entre Úbeda y Peal de Becerro. Los criterios de distancia a la desembocadura y altitud que se tienen en cuenta para determinar el nacimiento de un río les son favorables. La razón de que se considerara oficialmente en la Edad Media por Fernando III El Santo, año mil doscientos y pico, que el nacimiento del Guadalquivir se localiza en la Sierra de Cazorla no es otra que la de que cuando esto se hizo el verdadero origen del río estaba todavía en tierra de moros y por esa razón no se pudo comprobar con certeza. De hecho -mantienen-, de siempre se ha dicho que el Guadalquivir es poco menos que un arroyuelo hasta que no se le junta el Guadiana Menor, e incluso, antaño, recibía otros nombres distintos antes de ese matrimonio. Así era en tiempos de los musulmanes. No obstante, tampoco es pacífica la tesis guadianamenoriana, porque los de Puebla de don Fadrique dicen que el río donde se forma es en la laguna de Bugéjar, pero los de Huéscar sostienen que ni hablar del peluquín, que de donde sale es de su río Bravatas. Ambos son aportes a la cuenca del Guadiana Menor. Sin saberlo, puede que hayamos estado en las verdaderas fuentes del Wadi el-Kebir de Andalucía.
Y aún hay otra teoría más antigua acerca del origen del Guadalquivir, la que defendían los míticos Diez Amigos Limited y con ellos el doctor Fidel Fernández. Para estos próceres penibéticos, el río grande de Andalucía no debía llamarse Guadalquivir, sino Genil, su principal afluente, porque -sostenían- es el que mayor aporte le da y nace a más distancia y más altura.
Al Guadalquivir últimamente le discuten no sólo su lugar de nacimiento, también el de su muerte, porque sostienen los chipionenses que nada de Sanlúcar, que donde desemboca en el Atlántico es en Chipiona. Tanta polémica acerca del que se supone que es el vertebrador de esta comunidad que conocemos como Andalucía nos puede dar idea de la falta de ese nervio unificador en esta tierra de María Santísima, tan individualista, en el que cada provincia, cada ciudad, cada pueblo y hasta cada barrio, parece siempre más preocupado por contemplar extasiado su propio ombligo que por el bien común de la región. A ver, que levante la mano y arroje la primera piedra desmentidora aquél o aquélla que al ser preguntado que de dónde es no responda granadino, jiennense, cordobés, malagueño, sevillano… antes que andaluz.
Y nada más. Hasta pronto.