Colomera-Comida de navidad

Domingo, 11 de Diciembre de 2023
Crónica: José Luis –    Entra y disfruta de la experiencia vivida.

(Carmen, Jose, Jose Antonio, Migue, Jose Luis, Lola, Naxo, Reyes, Inma, Mª Carmen, Carmen, Mati, Rafa, Joaquín, Loli, Manolo,  Mª Jose, Mª Luz, Mª Sagrario,….)

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Fotos de Peña Andarina

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DESCRIPCIÓN DE LA SALIDA

COLOMERA-PUERTO LOBOS ARTEROS-PUENTE ROMANO-COLOMERA

              No es un mal final acabar de alguna manera inmortalizado, aunque sea con el único fin de divertir al personal, no. Para mí al menos no lo es, todo lo contrario. Ya quisiera servidor que su paso por este valle de lágrimas, en lugar de dar como todo producto unas cenizas condenadas a la dispersión y el olvido, engendrara una efigie que de algún modo se fijara en la memoria de mi pueblo cada Corpus. Y es que eso es lo que sucede con un personaje que vivió en el siglo pasado y se llamaba Diego Valera Romero, aunque era mucho más conocido como “el Andarín de Colomera”, oficial de Justicia de profesión. De andarín a Andarín, para el que suscribe sería una forma de enaltecimiento perpetuo eso de que mi busto desfilara en las fiestas mayores cada año junto a personajes como Chorrojumo, Birolio, el Niño de Gabia, Paniolla y otros excéntricos y estrafalarios que acompañan a la Tarasca por las calles de Graná el miércoles antes de uno de esos jueves que dicen que relucen más que el Sol, repartiendo vejigazos a diestro y siniestro, a chicos y a grandes.

              Perdóneseme la digresión, pero creo que resulta obligado referirse, aunque sea de pasada, al Andarín de Colomera, llamándose Andarina como se llama esta lozana peña y habiendo sido esa localidad el destino de nuestra última salida. Diego Valera, dicen los que lo conocieron, era un tío muy inteligente, pero tenía ese punto de chaladura con que suelen atemperar el caletre los que mucho lo usan. Su manía más conocida era la de venir andando desde su pueblo a Granada cada día sólo para tomarse un café en el Suizo e inmediatamente volverse a su Colomera por el mismo camino, total 25 kilómetros de nada y otros tantos a la vuelta, de ahí que le pusieran ese alias. De él se cuentan unas cuantas rarezas, entre ellas la de que en 1943 se dirigió por carta al Caudillo de las Españas conminándolo a que finiquitara su dictadura militar y entregara el poder a las fuerzas civiles, pero no recibió ninguna represalia por su osadía porque se le tomó por majarón (en granaíno castizo). El amigo Diego, pequeñillo y visco perdío como era, devoraba millas y leguas como si nada con un trotecillo característico que le hizo bastante popular en la Granada de los cincuenta y al mismo tiempo le otorgó un rincón para el recuerdo como cabezudo en la Pública de las fiestas. Bien mirado, Valera conquistó una pequeña parcela de inmortalidad, aunque lo lograra ingresando en el grotesco Ghota penibético de los cabezudos corpusísticos. No es un mal final, no, reitero.

              Ya metidos en harina andariega propiamente dicha, diremos que, como remate al ejercicio de 2023, el domingo 17 de diciembre la donairosa peña Andarina salió del Cubo a eso de las 9 de la mañana en un Palma Auñón mediano ocupado por algo más de una veintena de intrépidos e intrépidas caminadores y caminadoras con destino a Colomera, la Columbaira de los romanos (tierra de palomas) o Qulunbayra de los musulmanes, pueblecillo situado en la parte suroccidental de la comarca de Los Montes. Ya el 9 de marzo de 2019 estuvimos los peñistas andarines por estos andurriales colomereños, pero el recorrido que hicimos no fue exactamente el mismo; de aquella salida, con una buena crónica firmada por Mercedes, hay constancia en la web.

En principio, no parece que esta zona guarde demasiados atractivos desde los puntos de vista turísticos o penibetistas, sin embargo, creo yo que ver de cerca la majestuosa iglesia de la Encarnación ya merece por sí sola una visita. Se trata de un templo grande construido en piedra en el siglo XVI, en el que intervinieron arquitectos de la talla de Diego de Siloé y Juan de Marquina (sin Wikipedia no somos nadie), lo que se refleja, sobre todo en su maciza torre, en ese aire renacentista que tiene el conjunto y que recuerda, salvando las muchas distancias -claro-, a San Jerónimo o a la iglesia de Iznalloz, de la misma autoría. Al lado de la iglesia y sobre un promontorio inexpugnable que domina todo el pueblo se ven las ruinas, apenas cuatro piedras, del castillo que guardaba la villa y que construyeron los nazaríes, catalogado, lo mismo que el templo, como BIC (Bien de Interés Cultural). Aparte, tampoco es feo el emplazamiento donde se localiza Colomera, ni lo son, ni mucho menos, las panorámicas que disfrutamos en un día especialmente soleado y radiante. La iglesia de la Encarnación, que sólo pudimos contemplar por fuera, fue nuestra primera parada.

              Todo el pueblo se alza sobre una ladera, así que iniciar la marcha supone, no hay que decirlo, empezar a trepar cuesta arriba, aunque en ningún punto de todo el recorrido pasaremos por lo que podríamos describir como cuestarrón, sino que más bien los desniveles serán siempre suaves. De primeras, discurrimos entre olivos y almendros, y más adelante ingresamos en un pinar de repoblación. Cuando llevamos más o menos una hora de patear caminos, siempre subiendo, llegamos al Puerto de los Lobos Arteros (sinónimos de artero/a: astuto, taimado, tramposo, ladino, sagaz, mañoso, malicioso, marrullero…). Desde este collado cambia el paisaje, abierto a las alturas cercanas y al valle que ocupa el embalse de Colomera, con su presa de tipo piramidal como la de Canales, muy mermado de líquido elemento. Muy cerca, a la izquierda de la lámina de agua, están las poquísimas casas que forman el anejo de Cauro. A nuestras espaldas, todo el cresterío tresmilero de Sierra Nevada, con escasa nieve a pesar de que estamos a mediados de diciembre.

              Ahora viene la única dificultad de todo el camino: la bajada hacia el embalse, que hacemos por una ladera umbría con restos blanquecinos de escarcha, discurriendo entre alguna encina vieja. El desnivel es por esta parte bastante más pronunciado y además abundan las piedras sueltas, conviene por eso tantear dónde se coloca el pinrel. Mis hombros (put your hand on my shoulder) tienen ya la experiencia y la fortaleza de otras situaciones similares y están satisfechos de hacer nuevamente de lazarillo de la encantadora camarada Reyes en esta tesitura descendente. Entre olivos accedemos a una pista asfaltada y emporlada que más abajo nos conduce, dejando a la izquierda el embalse, hacia la carretera que une Colomera con Benalúa de las Villas.

              Ahora pisamos asfalto durante aproximadamente dos kilómetros por esta poco concurrida carretera que va siguiendo el curso del riachuelo que recibe el mismo nombre que la localidad: Colomera, y que en su orilla izquierda está jalonado en algunos tramos de olivos tricentenarios. A mitad del recorrido hacemos un alto para la foto de grupo. Cerca de donde estamos, en la otra orilla del río, se ve una casa añosa que luce en una de sus paredes, en letras mayúsculas de buen tamaño, la siguiente leyenda: “Sábanas de Invierno”. No tiene pinta de eso, pero se trata de una fábrica textil, Jiuc SL es el nombre de la empresa, que produce y distribuye ropas de cama de invierno bajo la marca comercial Cisne Rojo.

              Siguiendo por la carretera, pronto divisamos el pueblo de Colomera, allá arriba, a nuestra derecha, con la iglesia y las ruinas del castillo sobresaliendo por encima del caserío. Así llegamos a otro de los puntos estrella de esta ruta: un bonito puente de piedra que salva el río y que, según varias webs, lo construyeron los romanos en el siglo II de nuestra era, que se ve robusto y capaz de aguantar en pie otros 1.800 años. Abajo, en el cauce, quedan las ruinas de lo que fue un antiguo molino harinero y una almazara también del año de la nanica. Justo donde estamos, pero al otro lado de la carretera, en la base de la montaña que la delimita, hay una espectacular formación de rocas calizas y margas con sus distintos estratos curvados bien a la vista, que datan de cuando por aquí se veían dinosaurios. El maestro Rafa, felizmente reincorporado a estas caminatas tras una larga ausencia, nos explica algunos pormenores geológicos de la cosa.

              Ya sólo nos queda cruzar el puente y remontar la pendiente, algo empinada pero no demasiado larga, que nos conduce a nuestro punto de partida, el pueblo de Colomera. En el restaurante La Bolera y tras unírsenos una decena de andarines y andarinas que no han hecho la excursión, tenemos una cita con el tradicional almuerzo de Navidad para dar por liquidado otro año más de maravillosas salidas por esos montes de Dios.

              Unas pinceladas históricas acerca de Colomera quiero dar antes de concluir este rollo. Y es que, en la actualidad, Colomera es un pueblo muy poco importante que sufre despoblación y en el que poco más de mil almas habitan. Pero no fue así en el pasado porque antaño, sobre todo a raíz de la conquista cristiana de estas tierras, conoció épocas de esplendor, como atestigua la construcción de un templo tan suntuoso como el que vimos nada más llegar, la iglesia de la Encarnación. Después de irse los moros fue una de las Siete Villas, junto con Guadahortuna, Íllora, Iznalloz, Moclín, Montefrío y Montejícar. Todas son de la comarca de Los Montes Orientales y también tienen en común que en ellas se levantan bonitas y regias iglesias en piedra del siglo XVI, proyectadas por insignes maestros arquitectos de la época. Las 7 Villas en sus buenos tiempos eran conocidas como el granero de Granada, por su gran riqueza cerealística.

              Aparte del Andarín de Colomera, del que ya hemos visto sus andanzas (esto sí que es hablar con propiedad), me quiero referir a determinados personajes colomerenses que tuvieron alguna significación en la historia reciente de Granada. De aquí era y por estos montes se movía Ollafría, alias de combate de Juan Garrido Donaire, guerrillero anarquista que entre 1942 y 1948 causó más de un dolor de cabeza a las autoridades azul mahón de la época al frente de su partida de maquis (bandoleros para el Régimen) y a base de atracos y secuestros a las gentes de orden desde aquí hasta Moclín, y a quien también acompaña la leyenda romántica del bandido generoso que reparte entre los necesitados el producto de sus rapiñas.

              Antonio Bedia Martín parece que no nació por estos pagos, pero sí que tiene alguna vinculación con el terruño porque, cuando todavía era cabo, aquí estuvo destinado y de eso le viene su gracia, y hasta puede ser que tuviera algún encontronazo con el anterior personaje. Me refiero al que ha quedado para la pequeña historia granatensis con el sobrenombre de el Sargento Colomera (sahento en granaíno castizo), un guardia civil que reinó despóticamente en el Albaicín luengos años y del que los pocos albaicineros que quedan de entonces (cincuenta-sesenta) cuentan y no paran. Aparte de las palizas y torturas a los rojos empedernidos que abundaban en el genuino barrio anarquista de Granada, practicados en las profundidades de la Casa de los Mascarones, donde estaba el cuartel de la Guardia Civil, también parece que, ya a plena luz del día, le gustaba el recochineo a la hora de imponer sanciones a los díscolos. Por ejemplo, obligar a barrer los escalones de una calle albaicinera, ¡pero hacia arriba!, a algún paisano que había tirado algo al suelo ensuciándolo; también se cuenta que en cierta ocasión un chavea iba montado en su bicicleta suelto de manos, y este picoleto reaccionó quitándole el manillar de la bici puesto que no lo necesitaba; y otras cosas del mismo jaez se cuentan. El Reglamento lo aplicaba con la más absoluta arbitrariedad, pero al menos hay que reconocerle que era original en sus castigos y que solía poner una nota de humor al aplicarlos este sahento de enormes bigotes retorcidos hacia arriba, que asustaba al lucero del alba con su sola presencia.

              Hay otro colomerense insigne, pero éste es de la Edad Media. Es la historia del Pastor de Colomera, Juan Alonso de Rivas, manco del brazo derecho, que tenía atrofiado, quien en el año 1227 cuenta la leyenda que se encontró por casualidad la imagen de la Virgen de la Cabeza cuando apacentaba sus vacas cerca del pueblo jienense de Andújar, y que ésta le habló y le dijo que difundiera el hallazgo y que le construyeran un monasterio en la sierra; el pastor respondió que lo haría, pero que no se lo iba a creer nadie, y entonces la virgen hizo el milagro de sanarle a Alonso su brazo escacharrao para que todos vieran que la cosa iba en serio. Así, el monasterio, en el cerro más alto de Sierra Morena, se construyó al poco tiempo del milagro y enseguida comenzó la famosa romería que se celebra cada año el último domingo de abril. La figura en bronce del Pastor de Colomera decora el centro de una plaza remodelada hace poco. Pudimos verla a nuestra vuelta al pueblo, de camino al restaurante La Bolera.

              En La Bolera las raciones que sirven son dúplex, pero está expresamente prohibido compartir los platos que entran en el menú. Será porque estarán hartos de que por el precio de uno coman dos. Con menú a 19,50 leuros, con una bebida, sirven un arroz caldoso con bogavante bastante sabroso, y de segundo unos platos enormes desbordándose por los costados. Desde luego, aquí no ha llegado todavía, (afortunadamente) esa funesta moda de cobrarte un potosí por una supuesta “delicatessen” que te comes de un solo bocado. No, desde luego, no es “comida de autor” la que sirven, pero a cambio te pones morado y todo está rico, oiga.

              A los postres y levantados los manteles, Pepe Aniceto al toque y Carmen y Mati (y Albertillo) al cante, nos obsequiaron con todo un recital de canciones populares navideñas en las que participamos los más de treinta que estábamos, aquellas de la vieja y el aguinaldo, la de la burra que va hacia Belén cargada de chocolate, o aquella otra de la campana encima de otra y otras más. Todo muy emotivo y bien timbrado. Yo lamento no haber podido participar en el coro general tanto como me hubiera gustado porque de esos villancicos conozco más las versiones irreverentes y sicalípticas, y no era plan. Pepe Aniceto, acompañándose de su guitarra, cerró brillantemente la velada con un villancico aflamencado, sentido y profundo y bien entonado, que arrancó aplausos y bravos.

              Después vino, como último acto, la entrega de regalos a algunos de los presentes en agradecimiento por su trabajo callado para que la peña siga funcionando a satisfacción: José Antonio, Inma, Loli, Miguel, Nacho, Carmen Moral, Luis, (espero que no se me olvide ninguno)… y servidor. Tengo que decir que os estoy muy agradecido por premiarme por estas croniquillas, pero que lo mío no es nada comparado con la labor de organización y trámites de todo tipo, necesarios para la buena marcha de la peña, y que lo que yo hago, insisto, puede hacerlo cualquiera en estos tiempos en que a base de Wikipedia todo el saber (o gran parte) está a la orden de un click. Tampoco quiero que eso de retratar por escrito lo vivido en las salidas sea algo así como un monopolio, por lo que animo a otros a que se sienten al teclado y se pongan a la tarea, que todo es eso: ponerse.

Varios de los regalos fueron libros sobre la Sierra o el senderismo, el mío es una fuente de cerámica con una inscripción en agradecimiento. Me gusta. Mil gracias. Lo que hago es para mí un placer y no me cuesta nada, y con esto aprendo muchísimas cosas, y vuestra muestra de cariño me anima a seguir. Muchas más gracias.

              Os quiero. Felices fiestas y próspero 2024. Nos vemos el año que viene.

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