De Nerja a Frigiliana

25 de Mayo de 2012

Comentado por Federico


El sábado amaneció despejado para ponerle fin a la temporada de la peña. El autobús nos esperaba a las 8 junto al Cubo para llevarnos hasta Maro (Málaga), donde daría comienzo la ruta, acompañados por un guía local.

A esa hora de la mañana el termómetro rondaba ya los 20 grados, señal de que íbamos a sudar la camiseta.

(Federico, Javi, Inma, Carmen, Raquel, Inma, Rafa, Heny, Loli, Alexander, Miguel, Jose Luís, Mati, Luís, Celia,Reyes, Joaquin )

El plan era ascender desde las cercanías de las Cuevas de Nerja hasta el área recreativa El Pinarillo, dentro del Parque Natural de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, descender al río Chíllar y regresar por la cara opuesta del barranco hasta el pueblo de Frigiliana, donde nos recogería el autobús.


La primera sorpresa agradable al llegar a Maro fue encontrarnos con un guía sensacional: Manolo, que iba acompañado de su mujer. Manolo es un tío cojonudo. Tiene todas las sierras de Málaga metidas en la sangre. Ha pisado cien veces cada una de sus veredas y respirado el aire puro de cada una de sus cumbres.


El comienzo se hizo bajo la sombra de los pinares y al amparo de la montaña pero a los pocos kilómetros la ruta, que sobre el papel tenía una dificultad media, se fue endureciendo por el calor. Según avanzábamos, los tramos al descubierto se hacían más habituales que los protegidos por la vegetación. El sol nos iba ajusticiando la espalda sin piedad. Empezamos a beber agua como camellos.

Mis conocimientos de los pormenores de la ruta son muy limitados, así que hablaré más de mis sensaciones que de los muchos collados, montículos, cerros, etc, de cuyos nombres sólo alcanzo a recordar la Maroma, el Almendrillo y el Almendrón y que a mí, por esa musicalidad que desprenden, me recuerdan aquello de al garrotín y al garrotán.


Tuvimos una primera parada técnica junto al cortijo de La Civila, del que ya sólo queda el esqueleto de unos muros derruidos donde toman el sol los lagartos, pero que es un excelente mirador de la línea de costa que se extiende desde Maro hasta Torre del Mar.


El área recreativa de los Pinarillos es una zona de barbacoas donde aprovechamos para reponer las reservas de agua. Hay un chiringuito por allí, gestionado por un guiri que abre según le haya ido la noche anterior en los bares de Marbella: si liga, al día siguiente no abre, o lo hace muy tarde. Cuando nosotros llegamos, estaba abierto, y el grupo se relamió imaginando la helada espuma de la cerveza. “Diez minutos hace abrir. Bebidas temperatura normal. Yo siento”, o algo parecido soltó el del chambao. Un jarro de agua fría, en medio de un calor tan sofocante.


Después de pasar por la Fuente del Esparto, descendimos hasta el río Chíllar. En sus orillas paramos a comer, con el grato murmullo de sus aguas golpeando las piedras, bajando frescas y transparentes desde las cumbres de la sierra Almijara. Para la ocasión, algunos sacaron su look más veraniego. Vamos, que a la hora de comer no faltó el “remojón granaíno”.

Supongo que eso de reposar al arrullo de la corriente cristalina y de tener en el cuerpo la bendición de la comida hace que se vean las cosas de otra manera. El caso es que algunas “andarinas” debieron acordarse de la moda actual de los ERE’S y decidieron “desvincularse” del resto de la expedición. Aunque no estaba en el programa, regresaron río abajo hasta Nerja mientras el resto continuaba el plan previsto.


Recién comidos, el bueno de Manolo nos puso a hacer la digestión subiendo por una cuesta de esas que “cuesta” subir. Ahí ya se fue rompiendo el grupo. A la cabeza, nuestro guía, remontando la ladera como quien pasea por los jardines de La Alhambra.


A partir de aquí el terreno era un constante subir y bajar cerros que se iban sucediendo como muñecas rusas: coronabas uno y te esperaba otro, y luego otro. La vegetación se limitaba a matorrales de aulagas, romero y jaras. Como un ejército extraviado en el desierto, el grupo se hizo una hilera de supervivientes. Unos delante, otros detrás, y otros…ni idea. No había sombra por ninguna parte. Detrás de una montaña, otra montaña. Y de Frigiliana, ni rastro. Y el agua que se iba agotando.

Hasta que las casas blancas nos enviaron las primeras señales de la civilización.


Tras una última bajada, llegamos al barranco del río Higuerón y quedamos sorprendidos con la imagen idílica de un grupo de nadadores en la alberca del Molino de Batán, que tiene dimensiones olímpicas, construida en el siglo XIX. Unos jóvenes practicaban el salto desde los paredones que aún se conservan del antiguo molino. Después de la “travesía del desierto”, aquello era un oasis que algunos de la peña no desaprovecharon.

A las mismas puertas de Frigiliana, nos esperaba un último tormento: una cuestecilla que le habría encantado a Juanito Oiarzabal. Corta pero empinada como una pared. El premio de superarla era la terraza de un bar donde servían jarras con medio litro de cerveza y una ensaladilla rusa que daban ganas de empadronarse en Frigiliana.

De regreso a Granada, el autobús se desvió hasta Nerja para recoger a los “desertores” que esperaban –como no podía ser de otra manera en un día tan ardiente- junto a un superSol.

La vuelta a casa, bordeando la costa, nos permitió disfrutar la última belleza del día: el largo y dorado atardecer de mayo alejándose despacio por el horizonte del mar.