Travesía Illora-Moclín-Olivares

26 de Enero de 2008

En esta ocasión quedamos a las 8:15h. en el Cubo en primera convocatoría y en segunda convocatoría a las 9:00h. en el Bar Franma de Illora. Los guias fuerón Antonio, Inma y Lidia. Asistierón 33 senderistas.

(Antonio,Luisa,Carlos,Coco,Ildefonso,Fina,Antonio,Paco,Ana,Javier, Inma,Ana,Alberto,Miguel,Antonio,Alfredo,David,Chencho,Mercedes, Rafa,Lidia,Javi,Juan)

A las 9 en Franma. Un punto de partida habitual. Tostaditas ricas, ricas, ricas. Y con fundamento.

Visita a la iglesia de La Encarnación.
Y puesta en marcha.

La expedición la formábamos un grupo de 33 amig@s dispuestos a disfrutar de los buenos momentos y a afrontar como una piña las duras pruebas, dificultades y peligros que a buen seguro nos depararía la larga jornada que ahora iniciábamos.


La primera parte del recorrido, de Illora a Puerto Lope, nos sirvió para ir calentando motores.


Discurrió por amplios y cómodos caminos, no produciéndose durante este tramo ningún acontecimiento digno de mención. Salvo la breve parada que realizamos para contemplar un soberbio ejemplar de encina de edad ¿incalculable? Tras un corto, pero intenso, intercambio de opiniones llegamos a la conclusión de que debía tener entre 10 y 700 años. Satisfechos y convencidos de que nuestros cálculos respondían fielmente a la realidad, continuamos nuestro camino.


Llegados a Puerto Lope efectuamos el primer alto para recuperar fuerzas. Un bocado ligero, un traguito y ¡a caminar!

Inesperadamente se produjo un golpe de estado.


Las nuevas generaciones, la nueva savia de la peña, los últimos fichajes, tomaron la iniciativa. La Merxe, la Toñica y la Manoli (esto es, el trío La la la) comenzaron a tirar. Y tiraron, y tiraron, y tiraron. ¡Como si al final del camino les esperara su Príncipe Azul! (son jóvenes y aún no se han enterado de que detrás de cada Príncipe Azul se esconde una Rana Gustavo). Y siguieron tirando. Y así continuaron hasta que a alguno de los que nos atrevimos a seguir su ritmo se le ocurrió volver la vista atrás para ver como los demás habían tomado otro camino. De no haber sido por esto probablemente ahora estaría escribiendo este relato desde Albacete. ¡Bravo por las novatillas!


Volvimos sobre nuestros pasos y nos reincorporamos a la disciplina del grupo.


Continuamos hasta llegar a una bifurcación en la que se plantearon algunas dudas. Podíamos girar a la derecha para atacar una empinada cuesta que nos conduciría a un pinar desde el que nos dejaríamos caer hasta Moclin. O seguir hacia la izquierda, por la carretera, para llegar al mismo destino. “Por el pinar es más bonito” “al monte se viene a sufrir”, “con las cuestas se pone el culo duro” “donde esté lo llanito…”. Había opiniones para todos los gustos. La mayoría optamos por la primera opción.


Llegamos a Moclín a la hora de la toma. (15:00h.)

Un tubito (algunos dos), unas tapitas y visita:


Al pósito del pan

La iglesia del Santo Cristo del Paño,


y al castillo.


Terminada la visita, paradita para comer algo y descansar antes de volver al camino.
Ahora empezaba la verdadera aventura.

De Moclin a Olivares por la ruta del Gollizno.


Salimos de Moclin e iniciamos un vertiginoso descenso en busca del río Velillos.
Comenzamos a bajar. Y bajamos, y bajamos, y bajamos. Y continuamos bajando. ¿Cómo podía estar tan abajo ese río?. ¿Sería un río subterráneo?.


De pronto apareció ante nosotros. El inmenso cauce del Velillos se nos mostró en todo su esplendor. Desde donde nos encontrábamos apenas alcanzábamos a ver la orilla opuesta.


Terminado el descenso nos adentramos en una zona pantanosa en la que la asfixiante humedad empapaba nuestros cuerpos y el denso y espinoso follaje nos laceraba la piel.

En ese momento Rafa hizo una observación:
“No hemos visto ninguna Papilio Pararadoxa”.
Era cierto.
Inmediatamente caímos en la cuenta de que tampoco habíamos visto ninguna mosca Moclinensis. Y ni siquiera un solo ejemplar de la más abundante subespecie Olivarensis.
De hecho, desde que salimos de Moclin ¡¡¡no se había escuchado ni el zumbido de la molesta y omnipresente mosca Cojonensis!!!!.
¿Qué había pasado con los animalensis Velillensis?.
¿Habrían huido despavoridos ante la presencia de aquellos extraños seres que caminaban erguidos sobre sus patas traseras y lucían unas vistosas y coloridas jorobas?.
¡¡¡Mal presagio!!!
Sumidos en oscuras cavilaciones continuamos nuestra penosa marcha.


Íbamos abstraídos en nuestros funestos pensamientos cuando, de improviso, una aterradora visión llenó de espanto nuestros ojos y de congoja el corazón.
El único paso que nos permitiría salir de las inhóspitas tierras del Gollizno
¡estaba derruido!
Una pequeña pasarela de pocos centímetros de ancho era lo único que quedaba en pié.
¡Y un abismo de medio metro nos separaba de las enfurecidas y violentas aguas del Velillos!


¡Teníamos que continuar!.
Enormes remolinos, como monstruosas y espumeantes bocas, observaban nuestro torpe, lento y dubitativo caminar. Dispuestas a engullir a cualquiera que tuviera el más mínimo descuido o las más pequeña vacilación. Y si los remolinos no acababan con nosotros lo harían los innumerables hipopótamos y cocodrilos que infestaban….
(¡otra vez me he equivocado! Lo de los cocodrilos y los hipopótamos es de otra excusión que ya os contaré. Además, ¿no hemos quedado en que no había animalensis? “Habían huido despavoridos ante la presencia de aquellos extraños seres que, etc., etc., etc….” ).


Nos costó un esfuerzo inhumano, pero finalmente lo conseguimos. Ya había pasado lo peor. Ahora caminábamos relajados, sonrientes, disfrutando del paisaje.


Hicimos una corta parada para esperar a los rezagados y aproveché para explicar a los que venían conmigo un fenómeno que se podía observar por encima de nuestras cabezas: “Las filtraciones acuosas y los depósitos sedimentarios habían producido, en un macizo calcáreo de origen tortasiano, un fenómeno kárstico de erosión y horadación del interior geodésico, provocando en unos casos el derrumbamiento y en otros el colapso total de las paredes subliminales del macizo en cuestión”. Vamos, el típico fenómeno de Cuaternario superior.

Ya había terminado la explicación cuando llegaron los demás.
¿Qué ocurre? peguntaron.
Les hice una versión reducida de mi exposición anterior: “Que el agua ha hecho agujeros en ese montículo”.
Se quedaron pasmados.
Las muchísimas horas pasadas con nuestro Geo en el monte, atento a sus explicaciones y absorbiendo sus conocimientos habían hecho de mi un alumno aventajado.
Para culminar mi exhibición hice una alusión al nivel freático, a las cañaillas del Cretácico Inferior, y esbocé unas suaves pinceladas del Mesozoico con sus amonites, trilobites y micocastos.

Con afectada indiferencia giré sobre mis talones y continué la marcha.
Las exclamaciones de admiración no se hicieron esperar:
¡Que cabeza! ¡Que labia! ¡Que sabiduría! ….…. ¡Que hambre! (siempre tiene que haber algún triperillo).

Por fin llegamos a Olivares.
De allí, en autocar a Íllora. 33 adioses más tarde nos encontrábamos en los coches de camino al hogar.
Ni el Velillos, ni el Gollizno, ni los cocodrilos …. (¡otra vez..!) habían podido con nosotros.

¿Saldríamos tan bien librados de nuestra próxima incursión en La Alpujarra?

¡¡¡Pronto lo sabremos!!!


Comentado por Javier