Ascenso a la Maroma

17 de Noviembre de 2011

Comentado por Rafa

Amanece el 17 de noviembre de 2011; el día quiere iluminarse pero una terca niebla le obliga a mantenerse oscuro.

En el sitio y a la hora de costumbre nos vamos congregando los “andarin@s” que nos hemos apuntado a la clásica subida a La Maroma desde el Robledal. También, como de costumbre, se presentan otros “andarin@s” que no se han apuntado, incluido El Guía.

(Rafa, Diego, Miguel, Lidia, Alicia, Antonio, Joaquín, Alexander, Carmen, Raquel, Juan, Pacoto)


Nos acomodamos en los coches para dirigirnos al ya conocido sendero.

Cada coche pone rumbo hacia Alhama de Granada, donde recogeremos a Joaquín y a Antonio, pero los cuatro participantes que vamos en el coche de Diego recibimos el aviso de que no lleva luces, ni intermitentes, ni de frenos…le damos gracias al iluminado que nos lo hace ver y seguimos hacia la capital del Temple.

Llegamos al Robledal: Carmen, Raquel, Inma, Ana, Alicia –que llega algo pachuchilla- Lidia, Alexander, Diego, Juan, Antonio, Pacoto, Joaquín, Diego, Miguel y yo. Todos dispuestos a colocarnos las polainas porque la nieve está cerca, pero reacios a cargar crampones. Algunos masocas los cargamos y otros los dejan en los coches.

El frío es el protagonista esta mañana aún de otoño:

Vistió la noche, copo a copo,
pluma a pluma,
lo que fue llama y oro,
cota de malla del guerrero otoño
y ahora es reino de la blancura.


Los robles “melojos” nos dan la bienvenida, junto con pinos, cedros, abetos, encinas y quejigos. Hermoso paisaje otoñal…


Apenas empezamos a caminar el grupo se escinde. En cabeza los de siempre y en cola los demás. Como Alicia no acaba de “digerir” su frugal desayuno, Miguel y Lidia deciden quedarse un poco atrás para intentar animarla a subir… pero al final desisten y se vuelven a los coches.


Los demás vamos abriéndonos paso entre el barro la niebla y el frío. De vez en cuando inundaciones de claridad nos abren el paisaje, desparraman la niebla impresionando nuestras retinas con miles fríos colores.

El espectáculo que nos brida la naturaleza nos va dejando sin palabras… incluso yo callo:

Donde el agua se espesa, una palabra
que se queda en los labios es un hilo de nieve.

Donde la voz se pierde está el secreto
de las manos del frío,
de todas las pequeñas hojas cristalizadas.

Una estrella oscilante se detiene
para la intimidad de la vigilia.

La senda está mojada, el paseante
va pisando la luna bajo la indiferencia de los árboles…


Pasamos El Contadero con la premura que caracteriza a nuestra peña. Ni un minuto se pierde para disfrutar del invernal paisaje. Este estrecho doble paso lo utilizaban los cabreros para recontar los rebaños y comprobar que no se les quedaba atrás ningún animal. Nuestro Guía tampoco lo utilizó.


La nieve, en principio escasa, va ganando terreno a la hojarasca, las rocas y el barro y tras algo más de una hora de intensa subida ya todo está blanco. Hermoso paisaje invernal.


Terminamos la subida del barranco de los Presillejos y encaramos el impresionante Salto del Caballo, que nos hace dudar si podremos salvarlo… pero entre foto y foto, arces, mostajos, cornicabras y alguna que otra “joputalarocaesta” vamos venciéndolo.


Los tejos y los arces, cuajados de hielo permitieron a los fotógrafos hacer magníficas capturas, contaminadas de cuando en cuando por la presencia de “andarin@s”


Sin darnos casi cuenta el grupo de cola alcanza el Puerto de Las Loberas y la niebla, que nos vuelve a acompañar, nos impide ver desde los tajos la Axarquía malagueña.


En un santiamén alcanzamos al grupo de cabeza, que ya está en el vértice geodésico, ya ha comido y se ha cambiado de ropa, se ha fotografiado e incluso ya está dispuesto para bajar…Fotos, pistachos, cerveza y otros elementos son utilizados para frenar la salida del grupo de los meteóricos.


Pero poco más se puede hacer. Aprovechamos que el sol nos ha colocado sobre un mar de nubes desde el que divisamos la isla de Sierra Nevada para comer algo y enseguida… tós p’abajo…


El camino de vuelta se hace siguiendo un lema andarino: “si puedo, corro más” y por eso no admite descripción alguna. Ni una parada para beber, ni para mear, ni siquiera para sacudirse tras un trompazo.


Menos mal que hubo una paradita en La Alcaicería para reponer electrolitos. Allí encontramos a Alicia que ya estaba mejorcica gracias a un hermoso plato de papas a lo pobre digno de los restaurantes con estrellas Michelin (rico en parafernalia, pero pobre en chicha)

El viaje de vuelta en coche fue más tranquilo.