Navegando por el Cerro de Huenes

27 de Septiembre de 2008

Como viene siendo habitual, habíamos quedado a las 9 en el cubo. Éramos poquitos. Muy bien avenidos y aún mejor pertrechados: Guantes, bastones, chubasquero, aletas,…. Más que nada por precaución. Porque, aunque en las noticias del viernes anunciaran que lo de Noé había sido un chirimiri comparado con lo que iba a caer en La Zubia, todos sabíamos que el hombre del tiempo se equivoca siempre.

¡¡¡Casi siempre!!!

(Diego, Juan, Rafa, Carmen, Eva, Javier, Inma, Manu)


Llegamos al Canal de la Espartera a las 9:30. Primero las niñas (Carmen, Inma, Eva) y yo. Un poco más tarde los demás (Manu, Juan, Rafa y Diego), que se habían entretenido comprando una torta de la Virgen. Le pegamos un buen tiento a la torta y empezamos a andar.


El día estaba perfecto para la marcha. Fresquito y nublado.



Cruzamos el puente sobre el cauce seco del arroyo de Huenes (que resulta que no está seco, sino escondido bajo tierra - ¡Cuánto aprendemos con el Geo¡ ) y empezamos una suave subida por una veredilla muy bonita que nos conduciría hasta el refugio de Fuente Fría.

Aquí paramos para tomar algo y en ese momento empezó a chispear. No nos preocupamos demasiado porque todos sabíamos que el hombre del tiempo no acierta nunca.

¡¡¡Casi nunca!!!



Continuamos subiendo, con la suave lluvia refrescándonos la cara, por una pista muy cómoda. ¡Demasiado cómoda para nosotros!
Así que Rafa tomó la iniciativa:
“Si tiramos por ahí, atajamos y llegamos derechos al Cerro de Huenes”.

Dicho y hecho.
Nos internamos monte a través. Subiendo como auténticas Íbices Zubitensis. Casi a ciegas (la niebla le daba al bosque un aspecto mágico, que nos hacía sentir que en cualquier momento podíamos cruzarnos la Santa Compaña).

Resbalando con el barro y las hojas caídas. Viendo como los lirones caretos y otros animalillos (también Zubitensis) comenzaban a subirse a los árboles intuyendo lo que se nos venía encima… ¡Y empezó a llover de verdad!.

Eso no era llover. Alguna cañería del cielo debía haberse roto. Y la rotura ¡nos pilló justo debajo!. Aún así, lo conseguimos.
Nos costó lo nuestro,
¡¡pero llegamos!!.
Empapados, sí.
¡¡Pero llegamos!!


Hicimos una paradita muy rápida en la cumbre, para tirar las fotos testimoniales, e iniciamos el descenso.
Pero antes saqué a Eva de su error. Tuve que aclararle que aquella no era tierra de olivos, sino de cabras. Y que las bolitas que alfombraban el suelo no eran aceitunas.


La lluvia y la niebla nos acompañaron durante toda la bajada. Unos cuantos resbalones después estábamos de nuevo en la pista.


Ya solo era cuestión de volver sobre nuestros pasos, coger la veredilla por la que habíamos iniciado el ascenso y celebrar la culminación de nuestra aventura delante de una buena cerveza. Todo había terminado. Al menos eso creíamos. Pero lo peor estaba por llegar.


La lluvia había ablandado mucho el terreno (especialmente en la zona de la paleoplaya) y multitud de pequeños desprendimientos se iban sucediendo de forma imperceptible.


Íbamos caminando y hablando animadamente, cuando un estruendo ensordecedor nos hizo mirar hacia arriba. Una enorme litopiedra (del griego “litos” y del castellano “piedra”) de unos 8 metros de diámetro, rodaba ladera abajo arrasando todo a su paso. Venía directa hacia nosotros y nos quedamos petrificados.


Afortunadamente Juan pudo reaccionar y con un ágil salto se colocó junto a Carmen y Eva, justo a tiempo para evitar, con una sola mano, que la enorme roca las aplastara. Habían vuelto a nacer.

Una vez más nuestra aventura había tenido un final feliz y regresábamos todos a casa con la satisfacción de haber sobrevivido a otra emocionante y peligrosa experiencia. Pero antes de esto era obligada una parada en Los Prados para celebrar el nuevo cumpleaños de Carmen y Eva.


La cerveza corrió con alegría.


Las papas a lo pobre y las croquetas corrieron con una alegría pareja a la de la cerveza.
Y la cerveza siguió corriendo...

Al final todo acabó bien.
¡¡Como siempre!!.




Comentado por Javier