Senda del Guardal

Domingo, 22 de  Marzo de 2025
Crónica: José Luis –    Entra y disfruta de la experiencia vivida.

 

(Carmen, Jose, Jose Antonio, Migue, Jose Luis, Lola, Naxo, Reyes, Inma, Mª Carmen, Carmen, Mati, Rafa, Joaquín, Loli, Manolo,  Mª Jose, Mª Luz, Mª Sagrario,….)

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CIRCULAR POR BENAMAUREL. SENDA DEL GUARDAL

El sábado 22 de marzo de 2025, en un Palma-Auñón grande partimos de donde es costumbre algo más de una veintena de esforzados y esforzadas penibetistas pertenecientes a la fúlgida peña Andarina. Nuestro destino está a más de cien kilómetros, así que nos queda hora y media de autobús. Benamaurel, pueblo situado en la comarca de Baza, en el Altiplano granadino, nos espera con sus poco más de dos mil habitantes y su caserío en el que abundan las viviendas trogloditas (que les llaman en plan fino), tanto, que está catalogado como el municipio que tiene más cuevas que ningún otro de la provincia.

Hace tres años y medio ya hicimos la misma ruta. Fue concretamente el 16 de octubre de 2021 y de la misma hay constancia en la web peñil, con una breve crónica firmada por Inma Andarina (por cierto, el vídeo de Naxo que también está en la reseña de aquella excursión de 2021 está equivocado y corresponde a otra salida). Muy distintas eran las circunstancias meteorológicas aquel día octubreño. Si echáis un vistazo a la decena de fotos que en la web ilustran aquella salida, veréis que abundan los calzones y las mangas cortas, y a fe que aquel día ni una nube perturbó nuestro caminar e hizo calor. Por el contrario, en esta segunda ocasión los anoraks cubriendo los cuerpos serranos del personal andarín fueron la nota dominante en cuestión fotografil. Un vientecillo fresco y un cielo a ratos cubierto de nubes nos acompañó durante toda la excursión. Afortunadamente ni una gota cayó del cielo mientras estábamos metidos en faena, lo cual no deja de ser algo digno de alabarse ya que hemos pasado sin transición de la pertinaz sequía al pertinaz temporal y, cuando redacto estas notas, desde hace ya un mes ha sido raro el día en que no ha llovido.

Llegados a Benamaurel, el intrépido chófer palmauñonil no se arredra ante las estrecheces extremas del callejero lugareño y nos ahorra una cuesta depositándonos en plena plaza Mayor benamaurelense, a un lado el ayuntamiento de la villa, enfrente la iglesia. Si hubiéramos aplazado en un mes esta visita nos habríamos sorprendido gratamente con el espectáculo de moros y cristianos en honor a la patrona, la Virgen de la Cabeza, festejos destacados en varias páginas de turismo andaluz.

Ponemos pie a tierra e inmediatamente echamos a andar dirección noreste. A apenas trescientos metros de recorrido, a las afueras de la población, asomaíllos al bajo muro contemplamos un curioso y minúsculo camposanto de no más de una veintena de tumbas practicadas en el terreno y con algún panteón medio en ruinas. Es el que llaman Cementerio Viejo, construido a finales del siglo XIX, cuando se generalizó la ordenanza higienista de que todos los enterramientos se llevaran a cabo, no en las parroquias, como venía siendo usual, sino en lugares apartados, que no era conveniente que los muertos se mezclaran con los vivos en aquella época de pestes, cóleras, fiebres amarillas, tabardillos y mil y una causa más de muertes masivas. Ya no está en uso este pequeño cementerio, otro más grande y en otro lugar cumple sus funciones.

A partir de aquí comienza la excursión propiamente dicha, discurriendo toda ella por terrenos prácticamente llanos bordeados por vegetación de matorral, atochares, romeros, tomillos, enebros y también por pinos y olivos. Pequeñas lomas delimitan los distintos mini-valles por los que discurrimos y que contribuyen a hacer más ameno y variado el paisaje, siempre dominado en la distancia por la mole del cerro Jabalcón. Cárcavas, barrancos, taludes…, se ven por doquier exhibiendo sus peculiares modelados, fruto de la acción erosiva y milenaria de fuerzas naturales, y nos dicen que pisamos las badlands del Geoparque de Granada.

faNo hemos andado demasiado cuando llegamos a la que llaman Balsa del Esparto, un estanque, ahora seco, que se usaba para el cocido o enriado del esparto o atocha, planta gramínea que constituyó hasta no hace demasiado una de los principales recursos económicos de la comarca. A este lugar concurrían los esparteros con su carga, que depositaban en la balsa y la dejaban sumergida durante un mes más o menos para que, mediante fermentación, quedaran eliminadas ciertas sustancias inherentes a la misma planta, consiguiendo de esta manera su ablandamiento y mejor disposición para su empleo posterior en lasindustriastextil, cordeleril, cesteril, zapateril y otras muchas. Las balsas para el cocido del esparto se situaban siempre en lugares retirados debido al olor a perros muertos que desprendían durante la fermentación. En el paraje en que nos encontramos, sendos paneles informativos explican todo el proceso. Es este método del cocido muy similar al que seguían, también no hace demasiados años, los que en la Vega de Granada se dedicaban al cultivo del cáñamo y del lino, otras plantas también muy demandadas por industrias de hilado y cordelería, que necesitaban así mismo fermentar bajo el agua para mejorar su calidad y rendimiento. Las fibras sintéticas vinieron a arrumbar definitivamente estos cultivos que hasta mediados del siglo XX fueron fuente de subsistencia para no pocas familias granadinas.

Volvemos a las andadas, es decir, reincidimos en el vicio de caminar hasta la extenuación, retomando el sendero, cañada de Maciamola (Wikiloc dixit), que habíamos dejado para acercarnos a ver de cerca la balsa. Siguiendo una suave ascensión llegamos a la base del mirador del Corral del Minado, en cuya falda hacemos un alto para reponer fuerzas con la frutilla de rigor. Sólo tres o cuatro valientes y valientas suben a lo alto del cerro, al mirador propiamente dicho, que está coronado por una banderola que en su centro luce las siglas SDG (Senda del Guardal). En la base de la colina hay dos tres cuevas ruinosas que pueden visitarse y que en otro tiempo fueron utilizadas como vivienda y establo.

Poco después llegamos al momento estrella del recorrido, el Barranco de Jerez, espectacular pasillo excavado por el agua y delimitado por altas paredes de tierra arcillosa muy erosionada, por el que hay que discurrir en fila india. A lo largo de sus dos kilómetros aproximadamente hay un par de saltos de poco menos de dos metros de altura que suponen las únicas dificultades de todo el recorrido. Unas cadenas de acero fijadas al muro a las que agarrarse y una mano amiga hacen que las superemos sin el menor problema.

El desfiladero nos conduce a las orillas del río Guardal. Salvamos una acequia que viene bastante crecida y entramos en lo que parecen campos de cultivo. Las persistentes lluvias o la crecida del río los han convertido en lagunas fangosas con dos dedos de agua que hay que sortear como buenamente se puede (algunillos hunden el pinrel, no hasta el corvejón, pero sí hasta el tobillo), inevitable resulta el embarre de nuestras estupendas botas de senderista. La inundación de estos campos debe ser algo frecuente porque, tal como nos informa el andarín Ángel, guía y preste de esta expedición tan rica en cosas sorprendentes, en este lugar crece y prospera una vegetación palustre o anfibia, o sea, que es capaz de sobrevivir en terrenos temporalmente encharcados y al mismo tiempo aguantar largas sequías.

La salida benamaurelense está llena de sorpresas y de palabras desconocidas para la mayoría de nosotros. Yo concretamente nunca las había oído. Como las llamadas qanats o cannas, término moruno que designa un conjunto de pozos y galerías o túneles subterráneos artificiales, hechos para captar las aguas de lluvia almacenadas en las capas de arena permeables. Es el siguiente sitio al que nos lleva nuestro caminar, bordeando el curso del Guardal. A la derecha del camino vemos un ejemplo perfectamente conservado de acequia qanat (la Acequia del Jaufí) que discurre bajo unas cuevas y que lleva bastante agua. Estamos ante un sistema antiquísimo de aprovechamiento de las aguas freáticas para regadío o consumo humano que es propio de climas semidesérticos. Su construcción data del tiempo de los moros.

Un poco más adelante, anejo de Los Carriones, barranco del Duende, hay un conjunto de casas y cuevas abandonadas y a punto de derrumbarse por completo, restos de una industria lanera de hilado que aquí existió.

Avanzando un poco más, ya divisamos el pueblo de Benamaurel encaramado a una colina. Pero se impone una nueva parada con asalto a los macutos y su provisión vitamínica.

Después, adentrándonos en la pequeña vega de Benamaurel, a los pies del pueblo, pronto abordamos la subida a la población, que hacemos por una vereda-paseo ascendente en cornisa, protegida por una baranda de madera. Aquí se encuentra otra de las particularidades de esta ruta: las hafas o haffas (pronúnciese aspirando la h, jafas) de la Moralea, otra palabra moruna que parece ser que alude a un corte vertical en una montaña, un borde, margen u orilla. Es un estrecho camino panorámico con vistas muy bonitas en el que abundan las cuevas, las hafas, pequeños habitáculos abiertos en la pared arcillosa de las que se cuenta que se comunicaban unas con otras y mediante pasadizos subterráneos y secretos se podía descender al cauce del río Guardal para abastecerse de agua de tapaíllo, en periodos de asedio militar a la plaza. Algunas de estas hafas están abiertas y se pueden visitar.

El ascenso, de casi un kilómetro, nos conduce al barrio de la Alhanda (Wikiloc redixit; más resonancias morunas), la parte más alta del pueblo, donde hay un mirador. Ya sólo queda rematar la jornada con el maravilloso refrigerio pos caminatil de rigor, para lo cual emprendemos la marcha cuesta abajo para salir a la carretera y acomodarnos en la terraza del Café-Bar Central, el mismo en el que estuvimos en 2021, donde nos sirven unas generosas tapas y raciones a base de albóndigas, fritura de pescado y carne en salsa, que a esas horas y después de la caminata sientan de maravilla.

Así, de maravilla, es como ha salido todo. Día muy bueno para darle a los pinreles sin tener que sacar los paraguas y de temperatura moderada. Varias cosas curiosas y dignas de dedicarles atención nos han ofrecido los lares benamaurelenses. Pero lo mejor de todo es vuestra compañía. Otra excursión inolvidable. Y como no puedo (no sé) hacer estas croniquillas sin meter (con calzador) algún apunte histórico, de mi repertorio abuelocebolletetíl extraigo un suceso que a día de hoy sigue considerándose como el accidente de circulación con mayor número de víctimas mortales de toda la historia en la provincia de Granada. No ocurrió por estos predios, sino algo más allá, en la tortuosa carretera que une Huéscar y Castril, pero me he acordado porque al río Guardal fueron a caer todos los occisos, que se precipitaron con el vehículo que los conducía desde una altura de más de setenta metros en el que llaman Puente de Duda, que salva el cañón por donde discurre encajonado el Guardal, en la actualidad un viaducto grande y espacioso, pero que entonces era apenas una pasarela estrecha y, para más inri, situada a la salida de una curva muy pronunciada.

En la caja de un camión para transporte de pescado viajaban apiñadas veinticinco personas de Huéscar, que venían de asistir a un mitin socialista en Castril en el que había intervenido María Lejárraga de cara a las elecciones generales que tendrían lugar pocos días después, y al llegar al puente parece ser que fallaron los frenos o que el chófer iba algo matobas por el vinorro trasegado y, rompiendo el pretil, la camioneta y su carga humana se despeñaron por el profundo tajo con el resultado de que murieron todos menos uno, que pudo salvarse, según él mismo contó, porque vio venir la tragedia e intentó saltar, por lo que el choque contra el pretil le pilló con medio cuerpo fuera de la carga y pudo agarrarse a los matorrales del borde del precipicio. Esto ocurrió el 15 de noviembre de 1933, cuatro días antes de las elecciones generales que ganaron las derechas y que inauguran el llamado bienio negro de la II República, que llega hasta febrero de 1936, caracterizado por el desmontaje y anulación de casi todas las reformas legislativas progresistas impulsadas en el primer bienio republicano, el social-azañista.

Algunos tratados de historia achacan el triunfo de la reacción en 1933 al hecho de que por primera vez en la historia de España votaron también las mujeres, más influenciables desde los púlpitos -dicen-, lo que habría propiciado el giro conservador de la política española. Lo cierto es que las derechas se organizaron para concurrir a los comicios de forma unitaria mientras que las izquierdas hicieron la guerra electoral cada uno por su cuenta, y además los varios millones de obreros de ideología anarquista que había en España por entonces, siguiendo las indicaciones de su doctrina, tenían por costumbre abstenerse de participar en el juego burgués que para ellos significaban las elecciones democráticas.

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