Refugio de San Francisco – El hornillo

Sábado, 13 de Mayo de 2023
Crónica: José Luis –    Entra y disfruta de la experiencia vivida.

Refugio de San Francisco- El Hornillo

(José Antonio, Inma, Carmen Moral, Rafi, Mª Luz, Migue, Mayte, Mª José, Enca, Mª Carmen, Luis, Ana, Carmen Begoña, José Luis)

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Fotos de Inma Andarina

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DESCRIPCIÓN DE LA SALIDA

Vaporosas nubes: id

y decidle a la mi amada

que mis manos congeladas

impidiéronme escribir,

estando en Sierra Nevada.

 

La montaña, blanqueada

en un instante quedó,

y mi mano atarantada,

con la sangre coagulada,

en la tecla ya no dio.

               Solo unos pocos, nada más que catorce andarines y andarinas, acudimos a la convocatoria de salida oficial de ésta, nuestra inmarcesible peña, con el menú: Hoya de la Mora-Cortijo del Hornillo; palabras mayores, media-alta montaña. Repartidos en cinco coches, a la hora estipulada salimos desde la rotonda del tío oxidao rumbo a la Sierra (en Graná, de toda la vida, no ha hecho nunca falta añadirle “Nevada”) el 13 de mayo (…la Virgen María bajó de los cielos a Cova da Iría. Avé, avé…) de 2023, sábado. Desde Graná ya se veía entre nubes el lugar al que nos dirigíamos, y efectivamente, al llegar a la variante del Dornajo es necesario encender las luces de cruce.

El lugar de parada y aparcamiento serrano era el llamado collado del Diablo, a 2.300 msnm, que está poco después de pasar el albergue que fue de la obra social franquista Educación y Descanso, y por ese nombre se le conoció siempre, aunque oficialmente se llamaba José María Collantes, un pionero en el penibetismo y famoso en este mundillo por haber sido el primero en escalar, en compañía de otro (en alpargatas, con una cuerda y sólo dos clavijas), en 1934, el Púlpito de Canales. Hoy este albergue, construido en los años veinte y remodelado en 1943, el primero que abrió sus puertas tras la Guerra Civil, con su característica bóveda esquifada y alquitranada, es de titularidad del Ministerio de Defensa y ha sido retitulado como General Oñate, y ya no está en uso para particulares.

              En la niebla y desde ese lugar, tomando a la izquierda un desvío sin asfaltar, iniciamos una leve subida que en pocos metros se convierte en bajada de algo más de un kilómetro hasta llegar a los campos de Otero (por el apellido del entonces, 1915, gobernador civil), una meseta de unas dos hectáreas de superficie donde se halla enclavado el refugio de San Francisco, así llamado por los peñones del mismo nombre, que dominan el lugar y quedan a nuestra derecha y a considerable altura. Los cielos se presentan de color gris, amenazando tormenta, y el ligero viento juega con las poco consistentes nubes que nos envuelven, trayéndolas y llevándolas.

              Seguimos en línea recta y poco después pasamos por el paraje conocido como Piedra Resbaladiza para enseguida adentramos en el barranco de San Juan, por donde discurre el torrente del mismo nombre en su camino a encontrarse con el Genil bastante más abajo, justo en el lugar en donde empieza la Vereda de la Estrella. Lleva bastante agua, pero atravesarlo no ofrece dificultad.

Seguimos ahora un buen trecho por un camino llano que discurre junto a la acequia de Hoyo Puente, y que en un punto obliga al caminante a pasar en cuclillas bajo una gran roca que obstaculiza la vereda. El matorral es lo único que prospera por encima de los 2.000 y en estos suelos calizos; sabinares y enebrales, piornos o genistas (amarillas retamas), bordean la senda. Güéjar-Sierra se ve lejano allá abajo a la izquierda.

              Llegamos así a lo que se conoce como la Morra, donde hacemos un alto. Desde aquí aparecen cercanos los colosos Alcazaba y Mulhacén, casi desprovistos de nieve, pero el baile continuo de las nubes mecidas por la brisa hace que a ratos sean visibles y a ratos no. Muy cerca vemos una manada de cabras monteses compuesta por más de una veintena de individuos que ramonean en las sabinas mientras nos miran con indiferencia y poco a poco van desapareciendo monte arriba. Al otro lado del profundo valle del Genil podemos ver muy por debajo de donde nos encontramos el vivac de la Cucaracha, culminando la cuesta terrible de los Presidiarios.

              En este momento comienza a caer del cielo una menuda lluvia de copos de nieve o granizo a la vez que se oye lejano el rugir de los truenos que nada bueno presagia. Lo que cae más se parece a una llovizna de bolillas de polispán que a una nevada. ¿Qué hacemos, volvemos sobre nuestros pasos o seguimos adelante exponiéndonos a acabar como sopas? En conciliábulo decidimos por votación a mano alzada que una granizadilla de nada no va a frustrar nuestras ganas de aventura, así que continuamos.

Descendiendo y descendiendo más y más, entre los sabinares ya que no hay vereda señalada, llegamos al cortijo del Hornillo, aunque no accedemos al mismo, dejándolo a poca distancia y por debajo de nuestros pies. En la actualidad ya nadie vive en el Hornillo, pero servidor recuerda que mi señor padre, maestro durante más de dos décadas en el pueblo de Güéjar-Sierra, a cuyo término pertenece como otros muchos de la zona, también abandonados, me contó que las casi dos horas diarias de trayecto a pie, a la ida y a la vuelta, no disuadían de acudir a clase a uno de los mejores alumnos que tuvo. Ésta era su casa.

Parada y reconstitución de energías con lo que sale de los macutos es lo que se impone. Truenos resuenan sobre nuestras cabezas.

Desde la cota 1.800 donde nos encontramos tenemos que recuperar los 2.300 metros de altitud del final del recorrido, así que volvemos a la esforzada ruta, ahora trepando y trepando cual íbices por el fuerte desnivel y fuera de camino, que no existe o no damos con él. De forma intermitente continúa descendiendo blandamente de las alturas la fina lluvia de nieve en copos menudos y sólidos, y ya las laderas aparecen blanqueadas. Nuestra Sierra no para de sorprendernos aun a los que ya hemos estado infinidad de veces por estos andurriales. Hace un año en estas mismas fechas y casi el mismo lugar, pudimos ver la muy inusual estampa de la abundante nieve teñida de tonos rojizos y amarronados, huella de la lluvia de barro sahariano o calima que sufrimos. Ahora no hay rastro de nieve, pero este fenómeno de nevada-granizada que pronto lo tiñe todo de blanco, es, al menos para servidor, algo insólito.

 Continuamos en ascenso hasta ingresar de nuevo en el barranco o dehesa de San Juan y llegar a un camino más bien llano que va siguiendo el curso de la acequia de Haza Mesa, vía paralela pero a menos altura que la que utilizamos a la ida. Ya el cielo se ha abierto y hace sol. Andamos unos dos kilómetros antes de empezar a divisar a la derecha, allá lejos y a buena altura, la silueta del albergue.

Una hora más de caminata en ascenso y sobre las tres de la tarde llegamos al refugio de San Francisco, que después de una gran reforma y tras más de diez años de permanecer cerrado y en lastimoso estado de ruina, ha vuelto a abrir sus puertas al montañero (sólo los fines de semana o cualquier día, pero por encargo para al menos seis personas). Un matrimonio escocés, todo amabilidad, se encarga de regentarlo y de servir las cervezas y atender la cocina. En su pequeño espacio, bajo la cúpula de media sandía, cabe un dormitorio para diez o doce personas. Sentados a las mesas instaladas en las inmediaciones damos cuenta de las provisiones y nos refrescamos.

El refugio de San Francisco con su rara arquitectura evoca los tiempos heroicos o prehistoria del montañismo, no ya sólo de la Penibética, también de toda España. Fue el primer albergue que se construyó en Sierra Nevada y la primera edificación estable por encima de los dos mil metros que en ella se levantó. Esto ocurrió en 1915, cuando eso de patear las montañas con el único fin de extasiarse ante el espectáculo de la naturaleza era un hobby que sólo practicaban en nuestro país unos pocos snobs de clase acomodada, lo mismo que se puede decir de todos los demás deportes de invierno. Se hizo a expensas de la Sociedad Sierra Nevada y para sus socios, que con sus cuotas lo financiaron. La SSN fue fundada en 1912 y es la primera peña de senderismo (por usar términos actuales) que existió en Granada y una de las más antiguas de España, y es continuadora de otra sociedad excursionista anterior que existió a finales del siglo XIX: los Diez Amigos Limited.

Le pusieron ese nombre de resonancias anglosajonas con la idea de que el número de sus integrantes no se viera aumentado, según cuenta el doctor Fidel Fernández en su extraordinario libro “Sierra Nevada”. Diez próceres locales (médicos, catedráticos, abogados, artistas…), en alguna de las tertulias del Centro Artístico, del que eran socios, empezaron en 1899 a organizar excursiones a Sierra Nevada, por entonces terra incognita. Una salida anual veraniega era toda su actividad penibética, nada que ver con cualquier expedición a los montes en la actualidad. Todavía la carretera hasta el Veleta no existía ni en proyecto, así que el recorrido era invariablemente por el camino de los Neveros, por donde discurría antes del alba una reata de al menos veinte caballerías en las que se acomodaban los excursionistas más toda la impedimenta y una enorme tienda de campaña común, más las provisiones necesarias para pasar en las cumbres unos cuantos días. Diez eran los esforzados penibetistas, por supuesto, todos varones, a los que había que sumar un número no menor de sirvientes que se ocupaban de toda la intendencia y de tener lista la manduca a su hora. Los patricios, con aquellos ropajes y calzados de la época, del todo inadecuados para la montaña, dedicaban el tiempo de estancia en la sierra a conocer sus distintos rincones y a disparar a cuantas cabras se encontraban. Nicolás María López, uno de los limited y miembro a su vez de la mítica Cofradía del Avellano de Ganivet, de quien era amigo personal, publicó una crónica de alguna de aquellas aventuras. En 1912, parte de los diez amigos fundó la Sociedad Sierra Nevada, ya sin restricciones en lo tocante a admitir nuevos socios.

Él refugio de San Francisco que conocemos y en el cual estuvimos los andarines y andarinas en muy poco se parece al que originariamente fue concebido. En realidad, lo que queda es menos de una cuarta parte de lo que iba a ser. En planos que he podido ver, trazados por Modesto Cendoya, en 1913 arquitecto conservador de la Alhambra, se proyectó un recinto de casi mil metros cuadrados, con un conjunto de edificaciones en su interior y un espacio a cielo abierto, todo rematado en cada una de sus cuatro esquinas por una elevación de cúpula semi esférica como la que se conserva. Por falta de monetario, sólo se construyeron dos de esas esquinas, unidas por otras construcciones menores, pero en 1938, en plena Guerra Civil, en un acto de sabotaje de las milicias republicanas, el refugio fue dinamitado y quedó casi por entero destruido, de forma que sólo ha llegado hasta nosotros lo que vemos.

Puede parecer extraño que el albergue se erigiera en este lugar tan poco transitado y a trasmano, pero hay que tener en cuenta que, cuando se hizo, era ésta la zona preferida para la incipiente práctica del esquí. La urbanización de Pradollano, en la cuenca del río Monachil, empezó en los primeros años sesenta.

Después del condumio y las cervezas en el refugio de San Francisco ya sólo nos queda volver a donde dejamos los vehículos. La excursión ha sido bastante más dura y larga que las últimas y a estas horas las fuerzas están muy mermadas, pero no queda otra que remontar con resignación el repecho de aproximadamente un kilómetro que nos conduce a los coches al filo de las cuatro de la tarde.

Otra feliz salida. Hasta la próxima.

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